La obligación de educar a la juventud había sido delegada por la ley mosaica a los padres hebreos. El hogar debía ser la escuela v los padres eran los maestros. El Reglamento dice así:
“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón: y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa y, andando por el camino, al acostarte y cuando te levantes: y has de atarlas por señal en tu mano, y estarán por frontales entre tus ojos y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus portadas" Deut. 6:6-9).
Las fiestas de la Ley tales como la Pascua estaban diseñadas en tal forma que los jóvenes no tenían más que hacer esta pregunta: “¿Que rito os éste vuestro?" Ex. 12:26), dando así a los padres una oportunidad para explicarles su verdadero significado.
El tabernáculo, y más tarde el templo, debían ser lecciones objetivas de la verdad divina. Cada séptimo año, en la fiesta de los tabernáculos, el sacerdote leía la Ley al pueblo. De esa manera también lo sacerdotes y los levitas eran maestros en la tierra. Luego se levantó un orden de profetas, principiando con Moisés y continuando a través de una larga e ilustre línea, quienes fueron sin duda valiosos maestros de la juventud en la tierra. Fueron desarrolladas por ellos escuelas especiales para el entrenamiento de los jóvenes profetas, como luego lo veremos.
Por causa de la declinación moral del sacerdocio, Samuel tuvo la inspiración de formar una escuela de profetas, donde los jóvenes, mayormente los levitas, se entrenaban para enseñar la ley de Dios al pueblo. Había una de esas escuelas en la ciudad de Rama presidida por Samuel, y a la cual huyó David estando allí por algún tiempo cando Saúl le buscaba para matarlo (1 Sam. 19:18-21). Parece que había otra escuela en Gilgal donde Samuel menciona "una compañía de profetas" (1 Sam. 10.5, 10), en los días de Elías y Eliseo, se hacía referencia a "los de los profetas” (1 Reyes 20:35), que vivían juntos en Gilgal, Bethel y Jericó (2 Reyes 2:1, 3, 5; 4:38). Cerca de cien profetas comieron con Eliseo en Gilgal (2 Reyes 4:38-44). Puede haber existido tantos como esos en Jericó, porque se hace mención de "cincuenta varones de los hijos de los profetas" (2 Reyes, 2:7), que fueron buscar el cuerpo de Elías. Sin duda estas escuelas eran para la enseñanza y estudio de la ley y la historia de Israel, cultivando también la música y poesía sagradas. La escritura de la historia sagrada a ser una parte importante del trabajo de los profetas. A estos jóvenes se les estudiaba mental y espiritualmente para ver que estuvieran en capacidad para ejercer una mayor influencia para el bien sobre pueblo de su tiempo.
Cuando Jesús hubo crecido hasta convertirse en un joven, sin duda que concurría a la escuela de la sinagoga, en la villa de Nazareth). El niño judío era enviado a esta escuela cuando estaba entre el quinto y el sexto año de su vida. Los alumnos cada uno estaban de pie juntamente con el maestro, o se sentaban en el piso en un semicírculo, dando frente al maestro. Cuando los niños tenían diez de edad, la Biblia era su único texto. De los diez a los quince años la ley tradicional era la materia más importante, y un estudio de teología como se enseñaba en el Talmud era aplicado a aquellos mayores de quince años de edad. El estudio de la Biblia principiaba el libro de Levítico, y se continuaba con otros pasajes del Pentateuco, luego seguían con los Profetas, y finalmente las demás Escrituras Debido a la notable familiaridad de Jesús con las Santas Escrituras, podemos estar justamente ciertos de que su hogar de Nazareth tenía una copia completa del Libro Sagrado. Sin duda él amaba meditar sobre sus páginas en su casa después de haber recibido sus enseñanzas en la escuela.
En tiempos de Pablo había dos escuelas rivales de teología rabínica, la escuela de Hilel a la que Pablo asistía en Jerusalén, y la escuela de Shamai. La primer escuela era el más liberal, como nosotros pudiéramos pensar en la actualidad, y ponía un énfasis tremendo sobre las tradiciones orales de los judíos. Como un joven de 13 años de edad, Saulo de Tarso fue a Jerusalén para principiar su entrenamiento, bajo el gran maestro Gamaliel. Pablo se graduó en esta escuela y vino a ser el típico rabí fariseo. De su entrenamiento, él mismo decía: "Yo de cierto soy judío, nacido en Tarso de Cilicia, mas criado en esta ciudad a los pies de Gamaliel, enseñado conforme a la verdad de la ley de la patria, celoso de Dios, como todos vosotros sois hoy" (Hech. 22:3).
El entrenamiento de Jesús cuando era joven había sido bajo la otra escuela, donde había menos conflicto sobre la tradición, y más sobre las enseñanzas espirituales de la Ley y los Profetas. En los días antes de su conversión, como Saulo había resentido lo que Jesús dijo de los fariseos, "¿Por qué también vosotros traspasáis el mandamiento de Dios por vuestra tradición. Así habéis invalidado el mandamiento de Dios por vuestra tradición" (Mat. 15:3, 6).
Hoy se sabe que hubo veinte escuelas de gramática en Roma cuando el apóstol Pablo hizo su primera visita a la ciudad. A señoritas lo mismo que a jóvenes se les permitía ir a la escuela, pero hay evidencia que más jóvenes que señoritas aprovechaban este privilegio.
La referencia de Pablo al “ayo” Gál. 3:24) de estas escuelas romanas, fue primeramente mal entendida por muchos, hasta que los escritos papiros arrojaron luz sobre su significado. El individuo llamado en nuestra traducción "ayo" realmente no era el jefe o maestro: más bien un esclavo fiel cuya obligación era llevar y a los hijos de su jefe a la escuela y cuidar de que no les sucediera algún mal. Pablo comparaba a Cristo con el maestro real, y la ley era semejante el esclavo cuya obligación era llevar al alumno al maestro.
Los descubrimientos arqueológicos en Efeso indican que la cuela de Tirano en la que Pablo discutía cada día, (Hech.19:9), probablemente era la escuela elemental, donde el maestro en algunas horas por la mañana y algunas veces por la tarde. Así el cuarto podía estar a disposición de Pablo cuando lo necesitase, de tal manera que los cuartos de escuela estaban situados adyacentes a la calle prestándose admirablemente a su propósito.