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Bienvenido a OR.Ser Judío no es pertenecer a una religión, es una misma forma de vida ante Di- y ante los demás...¡.La religión Islàmica domina la vida cotidiana. Ellos no hacen división entre lo secular y lo sagrado. La Ley Divina, la Shari´a, debe tomarse muy en serio.".. Somos una fuente de información con formato y estilo diferente.
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La formación del antisemitismo entre los árabes viene de Europa

Flirteo con el antisemitismo
Asma AgbariehChallenge Traducido para Rebelión por Germán Leyens Mientras aumenta la violencia israelí en los territorios palestinos, lo mismo ocurre con el antisemitismo entre los formadores de opinión árabes: escritores, periodistas y actores. Los Protocolos de los Sabios de Sión (una falsificación zarista, citada a menudo por Hitler, que muestra a los judíos conspirando para dominar el mundo) se vende como pan caliente en las calles de Cisjordania y en capitales árabes. Una serie de televisión basada en los Protocolos rompió todos los récordes en Egipto durante Ramadán el año pasado. Este año, durante Ramadán, al-Shatat ("Diáspora") difundido por la red de Hizbolá en Líbano, al-Manar; repitió la noción de un gobierno global judío secreto. Viejas teorías aparecen con un nuevo disfraz, negando toda diferencia entre sionismo y judaísmo. Preparan el terreno para soluciones inmorales (y no-realistas), tales como el apoyo a acciones suicidas contra judíos, como única alternativa para derrotar al sionismo.El Primer Ministro saliente de Malasia, Mahathir Muhammad, al dirigirse a la Cumbre Islámica en 16 de octubre, condenó las acciones suicidas, en realidad, por improductivas. No hubo objeción de los demás líderes musulmanes, cuando agregó estas palabras: "1,3 miles de millones de musulmanes no pueden ser derrotados por unos pocos millones de judíos... Los europeos mataron a seis millones de judíos de un total de 12 millones. Pero actualmente los judíos gobiernan este mundo por encargado".Después de la indignación mundial causada por esta observación, la red satelital árabe al Yazira difundió el 28 de octubre un programa llamado "Direcciones opuestas". Incluyó un sondeo telefónico en el que un 98% de los televidentes apoyó la declaración de Mahathir Muhammad
El antisemitismo en el mundo árabe
El antisemitismo que aparece ahora en el mundo árabe es una antigüedad importada de Europa, completa con estereotipos y mentiras. Responde a la necesidad de venganza. Esta necesidad proviene, generalizando, de la frustración de las esperanzas de una mejor vida dentro del nuevo orden estadounidense y, específicamente, de las abominables condiciones de la vida palestina desde la firma de los Acuerdos de Oslo. El nuevo-antiguo antisemitismo es alimentado por dirigentes y formadores de opinión como cobertura para su impotencia. Al recurrir al estereotipo del judío maniobrero, rico, nepotico, demoníaco, pueden explicar la superioridad militar y económica de Israel, desdibujando la responsabilidad de sus propios regímenes."Direcciones opuestas" presentó al escritor egipcio Ali Salem, que apoya la normalización con Israel, y al Dr. Ibrahim Alloush, palestino residente en Jordania. Alloush se alinea con el antes mencionado 98%. Entre los intelectuales árabes, solía destacarse por sus posiciones progresistas. Se pronuncia contra el imperialismo. Jordania lo arrestó brevemente por su oposición a la guerra de EE.UU. en Irak. Y sin embargo, su antisionismo toma la forma de antisemitismo. Otros intelectuales árabes, en su mayoría, se abstienen de criticarlo. Retroceden ante la atmósfera general, en lugar de orientarla hacia caminos que son revolucionarios, racionales y morales.Durante el programa, en defensa de la declaración de Mahathir Muhammad, Alloush citó cifras mostrando la desproporcionada influencia judía en EE.UU. Citó a un autor judío, Benjamin Ginsburg:Aunque los judíos representan sólo un 2% de la población de EE.UU., son la mitad de los multimillonarios del país y dominan las tres principales cadenas de televisión, los cuatro mayores estudios de cine, el New York Times, etc. Si alguien cita semejantes cifras, ¿cuál es el mensaje oculto? Es el siguiente: que los judíos sólo podrían haber logrado una tal influencia utilizando métodos nefarios en línea con los Protocolos.El antisemitismo produce extrañas parejas. Tenemos al "progresista" Ibrahim Alloush, asociándose con Mahathir Muhammad, quien durante los 22 años de su régimen en Malasia reprimió a la oposición, a los medios, a las minorías y a los trabajadores itinerantes, y que apoyó las guerras de EE.UU. en Afganistán e Irak.Al montarse en el viejo caballo del antisemitismo Alloush y otros dejan de ver el conflicto como uno nacional entre el movimiento sionista y el mundo árabe. En lugar de hacerlo, lo definen en líneas religiosas-étnicas. Pierden la perspectiva del enemigo: el capitalismo ? imperialismo ? sionismo.¿Judaísmo = sionismo? La trampa de Herzl Las posiciones de Alloush tienen que ser examinadas porque representan la corriente predominante. Se opone a la "distinción simplista", como dice, que los círculos progresistas solían hacer al decir: "Nos oponemos al sionismo, pero no estamos contra los judíos". Alloush exclama: "¿Cayó de Marte el sionismo, o emergió del judaísmo y de los judíos?" Sin dejar dudas sobre dónde lleva su posición, continúa: "Cuando un judío [israelí] me dice: 'Apoyo los derechos del pueblo palestino', le pregunto: 'En ese caso, ¿qué haces en mi país y en mi casa? Si de verdad apoyas los derechos palestinos, ¿ por qué no te vas de este país?" Después de identificar al sionismo con el judaísmo, Alloush procede al paso siguiente de los que creen en el insidioso poder global de los judíos: califica el Holocausto de engaño. (En mayo de 2001, vimos los estériles esfuerzos de realizar conferencias de "historiadores revisionistas" en Beirut y Ammán: vea Challenge número 67). En una entrevista para el Instituto de Revisión Histórica (http://www.ihr.org), Alloush dijo: "Debería entonces dejarse en claro que varios cientos de miles de judíos murieron en la Segunda Guerra Mundial, junto con decenas de millones de otros; que no hubo una política nazi de exterminación de los judíos, sino una de deportación, incluyendo la deportación a Palestina; y que no hubo cámaras de gas, sino que crematorios, utilizados para incinerar los cuerpos de los que, de todas nacionalidades y religiones, murieron de todas las causas, pero sobre todo de enfermedades. Las pérdidas judías no fueron únicas, y no ocurrieron de una manera sin precedentes. No justifican un complejo de culpabilidad en Occidente, y no justifican favoritismo alguno hacia los judíos".Un tal revisionismo es grotesco y reprensible. También refuerza el caso a favor de Israel. La lógica es la siguiente: No hubo Holocausto, así que Israel no es necesario. ¡ Como si el Holocausto justificara a Israel! ¡Como si el genocidio perpetrado por europeos justificara el desposeimiento de los palestinos! Hay suficientes razones para oponerse al sionismo sin blanquear el crimen más abominable que el fascismo europeo haya jamás cometido.
El sionismo se justifica con la Nación
Los judíos como tales no tienen lugar en las naciones gentiles. En contraste con otras religiones, dice, el judaísmo contiene un componente nacional, y los judíos deben tener, por ello, un "Estado Judío". Y ahora viene Alloush, afirmando que el judaísmo tiene por cierto un componente nacional, o sea el sionismo, y demostrando lo indeseados que son los judíos. Todo esto sirve la causa sionista, reforzando la necesidad aparente de un estado judío. Nada en el judaísmo forma necesariamente la base del sionismo. Este último apareció, por cierto, dentro de la historia del pueblo judío, pero la conexión no va más allá. Las plegarias por un retorno a Sión y la restauración del Templo están vinculadas a la Edad Mesiánica (por lo cual, durante decenios, la mayoría de los judíos ultra-ortodoxos se opusieron al sionismo). Como movimiento nacional laico, el sionismo explotó la cuestión judía y el antisemitismo como tapadera para el asentamiento colonial a costa de otro pueblo. Necesitaba un gran pretexto. Anteriores movimientos coloniales habían logrado dominar regiones foráneas, esclavizando o expulsando a los nativos, bajo el disfraz de llevar el cristianismo. El movimiento sionista, sin embargo, llegó incómodamente tarde, cuando el colonialismo estaba en decadencia. En 1948, la limpieza étnica era considerada un crimen de guerra. Para un análisis exacto de los orígenes del sionismo, los expertos árabes harían bien en leer a Abram Leon, un marxista judío asesinado por los nazis en 1944. En su libro, La Cuestión Judía: Una interpretación marxista (
El sionismo como retoño del imperialismo
Abed Alwahab Almasiri, experto en historia judía, ha publicado un libro intitulado: Los protocolos, el judaísmo y el sionismo (Cairo, 2003). Este trabajo progresista, erudito, es excepcional: argumenta contra los prejuicios que actualmente cunden en el mundo árabe.Almasiri explica: "El uso de la violencia por el sionismo [en los territorios palestinos] es un producto natural de la cultura racista, imperialista, en cuyo marco ha actuado ese movimiento. El sionismo se convirtió en un hecho consumado sólo con la plena comprensión del imperialismo occidental, y continúa actuando dentro de este marco. Ve el mundo según el mapa político imperialista"."Herzl", agrega Almasiri, "compendió que Occidente podía librarse de los judíos orientándolos hacia un sitio fuera de sus fronteras. Comprendió que el único recurso era apelar al imperialismo occidental como el solo engranaje que podía hacer que funcionara el proyecto colonial sionista." Almasiri ve la razón para el poder del lobby sionista en los servicios que el sionismo rinde a los intereses imperiales de EE.UU. Agrega: "El movimiento sionista no forma parte de la historia judía No es parte de la Torá o del Talmud, a pesar del uso que ha hecho de esa imagen que quiere presentar. El sionismo pertenece a la historia del imperialismo occidental. Es la solución de éste a la cuestión judía".La conexión entre el sionismo y el capitalismo es también el tema de un reciente libro de Shimshon Bichler y Jonathan Nitzan, m'revachei milhama l'dividendim shel shalom, (Jerusalén, Carmel 2001, p. 479. Cf. pp. 354-56 en la versión inglesa, From War Profits to Peace Dividends, [De los beneficios de la guerra a los dividendos de la paz] Londres, Pluto Press, 2002:"Los eventos de los años 90 anuncian el fin del espíritu sionista. Durante el siglo XX, el movimiento sionista fue mano en mano con el desarrollo capitalista en el mundo. Como ideología dominante, tuvo éxito en la fusión de los intereses 'nacionales' con los procesos de acumulación de capital. En la forma de partidos políticos, logró embotar los conflictos de clase, mientras movilizaba a una población heterogénea de inmigrantes para una guerra constante contra enemigos nacionales comunes. En su forma política ayudó a crear un capitalismo orientado hacia la guerra, que demostró que estaba entre los mejor organizados del mundo. La clase gobernante en Israel cristalizó durante la historia sionista, cambiando los medios de su régimen durante el período colonial, a través de instituciones estatales, más tarde a través de su emergencia como el grupo dominante de capitales, hasta su actual transnacionalismo. Sólo a fines de los años 90 vemos, por primera vez, una contradicción entre, por un lado, los intereses transnacionales del sector de capitales dominante y, por el otro, de los intereses existenciales de la población judía y árabe en Israel." ¿Cómo entonces combatir el sionismo? Si comprendemos el sionismo como Alloush quiere que lo hagamos, como un producto del judaísmo, la conclusión inevitable es que no podemos eliminarlo sin eliminar al "judaísmo" - y detrás de esta cobertura se oculta el espectro de otro Holocausto. En esto, por lo menos, Alloush es consecuente: critica un punto en el tristemente célebre discurso de Mahathir Muhammad. Este último criticó las acciones suicidas. Alloush no las considera como terrorismo sino como martirologio:"Sin acción en el terreno, sin alzamientos populares, operaciones militares y, sí, bombas humanas si es necesario, la opinión pública en el campo enemigo se va a regodear en los despojos de la conquista, no se va a solidarizar con los oprimidos". ("The Question of Pro-Palestinian Jews, http://www.freearabvoice.org, un sitio en la red bajo la dirección de Alloush.) Sin embargo, si vemos el sionismo como parte de un desarrollo histórico, si comprendemos que se hizo posible sólo dentro del marco del imperialismo capitalista, la conclusión será bastante diferente: la derrota del sionismo sólo puede ocurrir mediante la lucha contra el capitalismo. Esto requerirá un marco alternativo, socialista e internacionalista.Lo decisivo en la actualidad es la posición de cada cual hacia la cuestión palestina y la ocupación. Todo ser humano que se oponga al sionismo y crea en la causa palestina, incluyendo a todo israelí que decida tomar parte en la construcción de una nueva sociedad aquí, no sobre la base de religión o nacionalidad, sino más bien sobre la base de un nuevo internacionalismo, es un aliado en la búsqueda de la justicia.

El problema de la percepción de una cultura ajena como la árabe es la ignorancia

" Solo quienes viven su propia cultura comprenden el verdadero sentido de la Ideología que le sustenta "Roberto Fonseca M.
Un mundo sin Islam
Graham E. Fuller
foreignpolicy.com
Traducido por Carlos Sanchis y Juan Vivanco. Revisado por Caty R.
Introducción
Los lectores francohablantes que tienen memoria quizá recuerden un artículo de Graham E. Fuller, publicado en Le Monde del 14 de febrero de 2003, titulado «
‘Vielle Europe’ ou vieille Amérique?» (¿Vieja Europa o vieja América?), en el que replicaba de forma magistral al agrio comentario de Donald Rumsfeld sobre la «vieja Europa» cuando Francia y Alemania no quisieron embarcarse en la aventura iraquí. Graham E. Fuller vuelve ahora con un artículo muy interesante.
Los argumentos expuestos por el autor del artículo que se lee a continuación quizá le parezcan consabidos a un lector inteligente europeo, árabe, africano, asiático o latinoamericano. Para la mayoría de los estadounidenses, en cambio, son revolucionarios y reveladores. Porque los estadounidenses son los nuevos bárbaros del mundo. Auténticos zoquetes, por lo general no saben nada del mundo extranjero, desconocen sus lenguas, su historia y sus culturas, y se creen lo que les cuenta la tele. Un antiguo rehén británico en Guantánamo, un negro de Manchester convertido al Islam, ha contado el estupor del joven cretino encargado de interrogarle cuando descubrió que el detenido conocía el grupo musical U2. Eso no coincidía con la imagen que le habían inculcado de los peligrosos islamistas, e incluso de los musulmanes.
Menos del 8% de los estudiantes universitarios estadounidenses aprenden una lengua extranjera. No es de extrañar, pues, que el Imperio tenga que recurrir a tropas indígenas para sus guerras imperiales.
Graham E. Fuller no es un «estadounidense corriente». Durante 20 años, hasta 1988, trabajó para la CIA por todo el mundo. Luego trabajó durante doce años para la
Corporación Rand, un gabinete estratégico (think tank) creado en 1945 para promover investigaciones sobre el ancho mundo al servicio del gobierno de Washington, entre cuyos miembros había personalidades tan descollantes como Donald Rumsfeld, Condoleezza Rice, Frank Carlucci (que fue director adjunto de la CIA de 1978 a 1981 y presidente del grupo Carlyle), Lewis «Scooter» Libby (que fue consejero de Dick Cheney y filtró la información sobre el caso Plame-Wilson), Pascal Lamy (antiguo comisario europeo y actual director de la OMC), Francis Fukuyama, Zalmay Khalilzad (embajador de USA en Iraq), Jean-Louis Gergorin (que fue presidente del grupo aeronáutico y de defensa europeo EADS) o el antiguo espía francés Constantin Melnik. Graham E. Fuller, que actualmente es profesor adjunto de Historia de una universidad canadiense, ha escrito varios libros sobre el Islam y el islamismo, pero su superventas es un pequeño manual titulado How to Learn a Foreign Language (Cómo aprender una lengua extranjera), seguramente mucho más útil para sacar a los estadounidenses de su burbuja imperial-provinciana que muchos tratados eruditos.
Porque Graham E. Fuller es realmente un estadounidense extraordinario: ha estudiado dieciséis idiomas, entre ellos el francés, el alemán, el persa, el japonés, el turco, el chino, el árabe, el griego, el ruso y, las but not least, el esperanto. En una palabra, ¡creo que reúne las condiciones necesarias para incorporarse a Tlaxcala y su lucha contra la lengua y el pensamiento únicos!
Este artículo ha sido portada del número de enero de Foreign Policy, prestigiosa revista editada por la fundación Carnegie por la paz internacional, una institución de Washington. Esperemos que sea materia de reflexión para los jóvenes que acuden a las universidades estadounidenses y se pregunten qué van a hacer cuando sean mayores. (
Tlaxcala, traducción de Juan Vivanco)
¿Y si el Islam no hubiera existido nunca?
Para algunos es un pensamiento reconfortante: Ni choque de civilizaciones, ni guerra santa, ni terrorismo. ¿Habría conquistado la cristiandad el mundo? ¿Sería Oriente Próximo una balsa de aceite de democracia? ¿Habría existido el 11 de septiembre? Verdaderamente, si sacamos al Islam de la senda de la historia, el mundo seguiría básicamente donde está hoy.Imagine, si quiere, un mundo sin Islam. Sin duda una situación casi inconcebible dada su enorme importancia en los titulares diarios de las noticias. El Islam parece estar detrás de un amplio abanico de desórdenes internacionales: atentados suicidas, coches bomba, ocupaciones militares, luchas de resistencia, disturbios, fetuas, yihads, guerras de guerrillas, videos amenazadores, y el mismo 11 de septiembre.
El Islam parece ofrecer una instantánea y sencilla piedra de toque analítica que nos permite entender el sentido del mundo convulso de hoy. De hecho, para algunos neoconservadores, el islamofascismo ahora es nuestro enemigo jurado en la III Guerra Mundial que nos amenaza. Pero por un momento, permítanme: ¿Cómo sería si no existiera eso que se llama Islam? ¿Cómo sería si nunca hubiera existido un Profeta Mahoma, ninguna saga que esparciese el Islam por grandes zonas de Oriente Próximo, Asia, y África? Dado nuestro enfoque actual sobre el terrorismo, la guerra, la desenfrenada oposición a EEUU y algunos de los problemas internacionales más viscerales del momento, es vital entender las verdaderas fuentes de estas crisis. ¿Realmente es el Islam la fuente del problema, o habría que situarlo junto a otros factores menos obvios y más profundos? Para esta tesis, en un acto de imaginación histórica, imagínese un Oriente Próximo en el que el Islam nunca hubiera aparecido. ¿Nos habríamos ahorrado entonces muchos de los desafíos ante los que estamos actualmente? ¿Oriente Próximo sería más pacífico? ¿Sería muy diferente el carácter de las relaciones entre Oriente y Occidente? ¿Realmente sin el Islam, el orden internacional presentaría un cuadro muy diferente del que presenta hoy? ¿O no?
Si no es el Islam, entonces ¿qué?Desde la noche de los tiempos de una gran parte del Oriente Próximo, aparentemente el Islam ha configurado las normas culturales e incluso las preferencias políticas de sus seguidores. ¿Cómo podemos entonces separar el Islam de Oriente Próximo? Como prueba, no es tan difícil de imaginar. Empecemos con la cuestión étnica. Sin Islam, la faz de la región seguiría siendo compleja y conflictiva. Los grupos étnicos que dominan en Oriente Próximo -árabes, persas, turcos, kurdos, judíos, e incluso bereberes y pastunes- seguirían dominando la política.Tomemos a los persas. Mucho antes del Islam, los sucesivos grandes imperios persas empujaron hasta las puertas de Atenas y fueron los perpetuos rivales de quienquiera que habitara Anatolia. Combatiendo también a los pueblos semíticos, los persas lucharon por el Creciente Fértil y en Iraq. Y después estaban las poderosas fuerzas de diversas tribus y comerciantes árabes que se expandían y emigraban hacia otras áreas semíticas de Oriente Próximo, antes del Islam.Los mongoles invadieron y destruyeron las civilizaciones de Asia Central y una gran parte de Oriente Próximo en el siglo XIII. Los turcos conquistaron Anatolia, los Balcanes hasta Viena, y la mayoría del Oriente Próximo. Estas guerras –por el poder, el territorio, la influencia y el comercio- existieron mucho antes de que llegara el Islam. No obstante, sería demasiado arbitrario excluir completamente la religión de la ecuación. Si verdaderamente el Islam nunca hubiera surgido, la mayoría de Oriente Próximo habría seguido siendo predominantemente cristiano en sus diversas sectas, como lo era en los albores del Islam.Aparte de algún zoroastriano y pequeños grupos de judíos, no estaría presente ninguna otra religión importante. Pero, ¿habría reinado la armonía con Occidente si todo el Oriente Próximo hubiera seguido siendo cristiano? Es difícil saberlo. Tendríamos que asumir que un mundo europeo medieval inquieto y expansivo no habría proyectado su poder y hegemonía hacia el vecino Oriente en busca de apoyos económicos y geopolíticos. Después de todo, ¿qué fueron las Cruzadas sino una aventura occidental emprendida principalmente por necesidades políticas, sociales y económicas?El estandarte de la cristiandad era poco más que un símbolo potente, un grito unificador para bendecir los impulsos más seculares de los poderosos europeos. De hecho, la religión particular de los nativos nunca tuvo ninguna trascendencia en el empuje imperial de Occidente a lo largo y ancho del globo. Europa ha hablado de la nobleza de llevarles los valores cristianos a los nativos, pero la meta patente era establecer fortines coloniales como fuentes de riqueza para las metrópolis y bases para la proyección del poder occidental. Así, es improbable que los habitantes cristianos de Oriente Próximo hubieran dado la bienvenida al torrente de flotas y comerciantes europeos respaldados por las armas occidentales. El imperialismo habría prosperado en el complejo mosaico étnico de la región; la materia prima para el viejo juego de «divide y vencerás». Y los europeos, de todas formas, habrían instalado a los mismos gobernantes locales sumisos para acomodar sus necesidades. Adelantemos el reloj a la era del petróleo en Oriente Próximo. ¿Los Estados orientales, incluidos los cristianos, habrían dado la bienvenida al establecimiento de protectorados europeos en su región? Es difícil. Aun así, Occidente habría construido y controlado los mismos pasos estratégicos como el Canal de Suez.No fue el Islam quien se resistió enérgicamente al proyecto colonial de los Estados de Oriente Próximo, con su drástico replanteamiento de las fronteras conforme a las preferencias geopolíticas europeas. Los cristianos de Oriente Próximo no habrían dado una bienvenida mejor que la que dieron los ejércitos musulmanes a las compañías petrolíferas imperiales de occidente, respaldadas por sus gerentes europeos, diplomáticos, agentes de inteligencia y ejércitos. Miren la larga historia de las reacciones latinoamericanas a la dominación estadounidense de su petróleo, su economía y su política. Oriente Próximo habría estado igualmente ansioso de crear movimientos nacionalistas anticoloniales para arrebatar por la fuerza el control de su propia tierra, mercados, soberanía y destino de las férreas manos extranjeras -exactamente igual que las luchas anticoloniales de la India hindú, de la China confuciana, del Vietnam budista y de una África cristiana y animista-. Y seguramente los franceses sólo tendrían que haberse extendido cómodamente en una Argelia cristiana para tomar sus ricas tierras de labor y establecer una colonia. Los italianos, tampoco permitieron nunca que la cristiandad de Etiopía les frenara para convertir ese país en una colonia cruelmente administrada. En resumen, no hay ninguna razón para creer que una reacción de Oriente Próximo a la dura experiencia colonial europea realmente habría diferido significativamente de la manera que reaccionó bajo el Islam. Pero, ¿quizás Oriente Próximo habría sido más democrático sin el Islam?La historia de la dictadura en la propia Europa no nos reconforta en esto. España y Portugal sólo se libraron de sus brutales dictaduras a mediados de los setenta. Grecia surgió de una dictadura vinculada a la iglesia hace sólo unos decenios. La Rusia cristiana todavía no está fuera de peligro. Hasta hace muy poco, América Latina estaba repleta de dictadores que a menudo reinaron con la bendición estadounidense y asociados con la Iglesia católica. La mayoría de las naciones cristianas africanas no lo tienen mucho mejor. ¿Por qué habría tenido que ser diferente un Oriente Próximo cristiano? Y después está Palestina. Fueron, por supuesto, los cristianos quienes persiguieron descaradamente a los judíos durante más de un milenio, culminando con el Holocausto. Estos horrendos ejemplos de antisemitismo estuvieron firmemente arraigados en las tierras y en la cultura cristiana de Occidente. Los judíos habrían buscado, por consiguiente, una patria fuera de Europa; el movimiento sionista por lo tanto habría surgido y buscado una base en Palestina. Y el nuevo estado judío también habría desalojado a los mismos 750.000 árabes de Palestina de sus tierras aunque hubieran sido cristianos, como de hecho algunos de ellos lo eran.¿No habrían luchado esos árabes palestinos para proteger o recobrar su propia tierra? El problema israelopalestino sigue siendo, en el fondo, un conflicto nacional, étnico y territorial; sólo recientemente se apoya en eslóganes religiosos. Y no nos olvidemos de que los árabes cristianos jugaron un importante papel en el surgimiento del movimiento nacionalista árabe de Oriente Próximo; de hecho, el fundador ideológico del primer partido Baaz panárabe, Michel Aflaq, fue un cristiano sirio formado en la Sorbona.Pero, ¿seguro que los cristianos de Oriente Próximo habrían estado más predispuestos, al menos en el aspecto religioso, hacia Occidente? ¿Se podría haber evitado toda esa lucha religiosa? De hecho, el propio mundo cristiano se rompió por las herejías de los primeros siglos de poder cristiano, herejías que se convirtieron en el propio vehículo de oposición política al poder romano o bizantino. Lejos de unirse bajo la religión, las guerras religiosas de occidente velaron invariablemente unas luchas de dominación más profundas: étnicas, estratégicas, políticas, económicas y culturales. Incluso las mismas referencias a un Oriente Próximo cristiano ocultan una fea animosidad. Sin Islam, los pueblos de Oriente Próximo habrían permanecido como estaban cuando nació el Islam; principalmente los adheridos a la cristiandad ortodoxa oriental. Pero es fácil olvidarse de que una de las más perdurables, virulentas y amargas controversias religiosas fue la que se dio entre la Iglesia Católica de Roma y la Cristiandad Ortodoxa Oriental de Constantinopla; un rencor que todavía persiste hoy. Los cristianos ortodoxos orientales nunca olvidaron ni perdonaron el saqueo de Constantinopla por los cruzados occidentales en 1204.Casi 800 años después, en 1999, el Papa Juan Pablo II ensayó unos pequeños pasos para resanar la herida en la primera visita, en mil años, de un Papa católico al mundo ortodoxo. Era un comienzo, pero la fricción entre Oriente y Occidente en el cristianismo de Oriente Próximo habría seguido siendo como es hoy. Tomen Grecia, por ejemplo: allí la causa ortodoxa ha sido un conductor poderoso, detrás del nacionalismo, del sentimiento antioccidental y de las pasiones antioccidentales en la política griega; no hace más de un decenio que los griegos se hacían eco de las mismas sospechas y virulentos puntos de vista de Occidente que oímos a muchos líderes islamistas de hoy.La cultura de la Iglesia Ortodoxa difiere mucho del ethos occidental posterior al esclarecimiento que pone el énfasis en el laicismo, el capitalismo y la supremacía del individuo. Todavía mantiene miedos residuales con respecto a Occidente que son paralelos, de muchas formas, a las inseguridades musulmanas actuales: miedo del proselitismo misionero de Occidente, percepción de la religión como un importante vehículo para la protección y preservación de sus propias comunidades y cultura, y una sospecha del corrupto e imperial carácter de Occidente. De hecho, en un Oriente Próximo cristiano ortodoxo, Moscú disfrutaría de una influencia especial, incluso hoy, como último centro importante de la ortodoxia oriental. El mundo ortodoxo habría seguido siendo una arena geopolítica importante de rivalidad entre Oriente y Occidente en la Guerra Fría. Samuel Huntington, después de todo, incluyó el mundo cristiano ortodoxo entre varias civilizaciones embrolladas en un choque cultural con Occidente.Hoy la ocupación estadounidense de Iraq no sería mejor recibida por los iraquíes si fueran cristianos. Estados Unidos no derrocó a Sadam Husein, un líder intensamente nacionalista y laico, porque fuera musulmán. Otros pueblos árabes incluso podrían apoyar a los árabes iraquíes en su ruptura de la ocupación. En ninguna parte los pueblos dan la bienvenida a la ocupación y al asesinato de sus ciudadanos a manos de tropas extranjeras. De hecho, los grupos amenazados por tales fuerzas exteriores, invariablemente buscarán las ideologías apropiadas para justificar y glorificar su lucha de resistencia. La religión es esa ideología. Por lo tanto, éste es el retrato de un imaginario mundo sin Islam. Un Oriente Próximo dominado por la cristiandad ortodoxa oriental y una iglesia histórica y psicológicamente sospechosa y hostil en Occidente.A pesar de las divisiones por importantes diferencias étnicas y sectarias, este Oriente Próximo posee un feroz sentido de conciencia histórica y de agravio ante Occidente. Ha sido invadido repetidamente por ejércitos imperialistas occidentales; se han rapiñado sus recursos; sus fronteras se han redibujado conforme a los intereses occidentales y los de los regímenes sumisos establecidos por Occidente. Palestina seguiría ardiendo. Irán todavía permanecería intensamente nacionalista. Seguiríamos viendo a los palestinos resistiendo a los judíos, a los chechenos que resisten a los rusos, a los iraníes que resisten a los británicos y a los estadounidenses, cachemires que resisten a los indios, tamiles que resisten a los cingaleses en Sri Lanka, y uigurs y tibetanos que resisten a los chinos.Oriente Próximo incluso habría tenido un modelo histórico glorioso, el gran imperio bizantino de más de 2.000 años, para identificarse como un símbolo cultural y religioso. En muchos aspectos habría perpetuado una división entre Oriente y Occidente. No presentaría un cuadro completamente pacífico y confortable.
Bajo el estandarte del profeta
Por supuesto es absurdo defender que la existencia del Islam no ha tenido un impacto independiente en Oriente Próximo o en las relaciones entre Oriente y Occidente. El Islam ha proporcionado una gran fuerza unificadora en una amplia región. Como una fe universal global, ha creado una vasta civilización que comparte muchos principios comunes filosóficos, artísticos y sociales; una visión de la moralidad; un sentido de la justicia, jurisprudencia y buena gobernanza; todo en una cultura elevada y profundamente arraigada. Como fuerza cultural y moral, el Islam ha tendido un puente entre las diferencias étnicas y entre los diversos pueblos musulmanes, animando a que todos se sintieran parte de un proyecto civilizador musulmán más amplio. Eso sólo se facilita con un gran peso.
El Islam también afectó a la geografía política: si no hubiera habido Islam, los países musulmanes del sur y sudeste de Asia -particularmente Pakistán, Bangladesh, Malasia e Indonesia- hoy estarían, ciertamente, arraigados en el mundo hindú. La civilización islámica proporcionó un ideal común al que todos los musulmanes podían apelar en nombre de la resistencia contra la invasión occidental. Aun cuando esa apelación fracasó en detener el flujo de la marea imperial occidental, creó una memoria cultural de un destino comúnmente compartido que no se ha borrado.
Los europeos pudieron dividir y conquistar numerosos pueblos africanos, asiáticos, y latinoamericanos que después cayeron individualmente ante el poder occidental. Una resistencia unida, transnacional entre esos pueblos era difícil de lograr en ausencia de cualquier símbolo étnico o cultural común de resistencia. En un mundo sin Islam, el imperialismo occidental habría encontrado mucho más fácil la tarea de dividir, conquistar y dominar Oriente Próximo.
No habría permanecido una memoria cultural compartida de humillación y derrota a lo largo de un área inmensa. Esa es una importante razón por la que Estados Unidos se ve ahora rompiéndose los dientes en el mundo musulmán. Hoy, las intercomunicaciones globales y las imágenes por satélite compartidas han creado una fuerte conciencia entre todos los musulmanes y un conocimiento más amplio del asedio imperial occidental contra una cultura islámica común. Este asedio no es sobre la modernidad, sino la incesante exigencia occidental de dominación del espacio estratégico, de los recursos e incluso de la cultura del mundo musulmán; el espolio para crear un Oriente Próximo proestadounidense.
Desgraciadamente Estados Unidos asume ingenuamente que el Islam es todo lo que se interpone entre ellos y el premio. Pero, ¿qué hay del terrorismo, el problema más urgente que Occidente asocia actualmente con el Islam? Más contundentemente: ¿habría existido un 11 de septiembre sin Islam? Si los agravios de Oriente Próximo, arraigados por años de ira política y emocional en las políticas y actuaciones estadounidenses se hubieran envuelto en un estandarte distinto, ¿las cosas habrían sido inmensamente diferentes?
De nuevo es importante recordar qué fácilmente se invoca la religión, incluso cuando otros agravios que existen desde hace mucho tiempo sean los culpables. El 11 de Septiembre de 2001 no era el principio de la historia. Para los secuestradores de aviones de Al Qaeda, el Islam funcionó como una lupa al sol que recogió los agravios comunes compartidos dispersos y los concentró en un intenso rayo, en un momento de claridad de acción contra el invasor extranjero.
En el enfoque occidental del terrorismo en nombre de Islam, la memoria es corta. Las guerrillas judías usaron el terrorismo contra los británicos en Palestina. Los Tigres del Tamil hindúes de Sri Lanka inventaron el arte del chaleco suicida y durante más de una década encabezaron los ataques suicidas del mundo, incluido el asesinato del primer ministro indio Rajiv Gandhi. Los terroristas griegos llevaron a cabo operaciones de asesinatos contra funcionarios estadounidenses en Atenas. El terrorismo organizado sijkh mató a Indira Gandhi, propagando estragos en la India, estableció una base extranjera en Canadá y derribó un vuelo de las líneas aéreas Indias sobre el Atlántico. Se temió mucho a los terroristas de Macedonia por todos los Balcanes en las vísperas de la Primera Guerra Mundial. Docenas de importantes asesinatos a finales del siglo XIX y principios del XX fueron llevados a cabo por anarquistas europeos y americanos que sembraron el miedo colectivo. El Ejército Republicano Irlandés empleó durante decenios un terrorismo brutalmente eficaz contra los británicos, como hicieron las guerrillas comunistas y terroristas en Vietnam contra los estadounidenses, los comunistas malayos contra los soldados británicos en los años cincuenta, los terroristas de Mau-Mau contra los funcionarios británicos en Kenya... la lista sigue. No captaron a un musulmán para cometer atentados terroristas.
Ni siquiera la historia reciente de la actividad terrorista parece muy diferente. Según Europol, en la Unión Europea en 2006 han tenido lugar 498 ataques terroristas. De éstos, 424 fueron perpetrados por grupos separatistas, 55 por extremistas de izquierda y 18 por otros terroristas variados. Sólo 1 fue obra de los islamistas. Seguramente habría algunos intentos, frustrados por el fuerte control sobre la comunidad musulmana. Pero estas cifras revelan el amplio espectro ideológico de los terroristas potenciales de todo el mundo. ¿Es tan difícil pues imaginar a árabes -cristianos o musulmanes- encolerizados con Israel o por las constantes invasiones del imperialismo, la destrucción y las intervenciones que emplean el mismo tipo de actos terroristas y la guerra de guerrillas? La pregunta podría ser, en cambio, ¿por qué no pasó antes?
Cuando los grupos radicales acumulan los agravios en nuestra era globalizada, ¿por qué no debemos esperar que lleven su lucha al corazón de Occidente? Si el Islam odia la modernidad, ¿por qué esperó hasta el 11 de septiembre para lanzar su ataque? ¿Y por qué agrupó a los pensadores islámicos de principios del siglo XX para hablar de la necesidad de abrazar la modernidad, incluso mientras se protegía la cultura islámica? La causa de Osama Bin Laden al principio no era en absoluto la modernidad; habló de Palestina, de las botas estadounidenses sobre la tierra de Arabia Saudí, de los gobernantes saudíes bajo el mando estadounidense y de los cruzados modernos. Es destacable que no fuera hasta finales de 2001 cuando viéramos el primer hervor importante de ira musulmana sobre el propio suelo de Estados Unidos, en reacción a los hechos históricos acumulados y a las recientes políticas estadounidenses. Si no hubiera existido el 11 de septiembre habría ocurrido algo similar. Y aunque no hubiera existido el Islam como vehículo de resistencia, el marxismo sí, una ideología que ha engendrado innumerables terroristas, guerrillas y movimientos de liberación nacional.
Se pueden señalar la ETA vasca, las FARC de Colombia, Sendero Luminoso en Perú y la Facción del Ejército Rojo en Europa, por nombrar sólo unos pocos en Occidente. George Habash, el fundador del letal Frente Popular para la Liberación de Palestina era un cristiano ortodoxo griego y marxista que estudió en la Universidad Americana de Beirut. En una época en que el airado nacionalismo árabe coqueteó con el marxismo violento, muchos cristianos palestinos dieron su apoyo a Habash.
Los pueblos que resisten a los opresores extranjeros buscan estandartes para propagar y glorificar la causa de su lucha. La lucha internacional de clases por la justicia proporciona un buen punto de unión. El nacionalismo es incluso mejor. Pero la religión brinda el mejor de todos y atrae a los poderes más altos para proseguir su causa. Y la religión, en todas partes, puede servir incluso para apuntalar la cuestión étnica y el nacionalismo, especialmente cuando el enemigo es de una religión diferente. En estos casos, la religión deja de ser la fuente principal del enfrentamiento y la confrontación para ser su vehículo. El estandarte del momento puede desaparecer, pero los agravios permanecen.
Vivimos en una época en la que el terrorismo es a menudo el instrumento escogido por el débil. Ya bloquea el enorme poder de los ejércitos estadounidenses en Iraq, Afganistán y otros lugares. Y así Bin Laden, en muchas sociedades no musulmanas está considerado el próximo Che Guevara. No es ni más ni menos que la llamada al éxito de la resistencia contra el poder estadounidense dominante, el débil que devuelve el golpe, una llamada que trasciende al Islam o a la cultura de Oriente Próximo. Más de lo mismo, pero la cuestión permanece: si el Islam no existiera, ¿el mundo sería más pacífico?
Ante las tensiones entre Oriente y Occidente, el Islam agrega indiscutiblemente un elemento todavía más emocional, una capa más de complicaciones que cubren las soluciones. El Islam no es la causa de tales problemas. Puede parecer sofisticado buscar pasajes en el Corán que parezcan explicar «¿por qué nos odian?» Pero esto desprecia ciegamente la naturaleza del fenómeno. Es más cómodo identificar el Islam como fuente del problema; ciertamente es mucho más fácil que explorar el impacto masivo de la huella global de la única superpotencia del mundo. Un mundo sin Islam seguiría inmerso en la mayoría de las interminables y sangrientas rivalidades cuyas guerras y tribulaciones dominan el paisaje geopolítico. Si no fuera la religión, todos esos grupos habrían encontrado algún otro estandarte bajo el que expresar su nacionalismo y la exigencia de independencia.
Seguramente la historia no habría seguido exactamente el mismo camino. Pero el desastre, el choque entre Oriente y Occidente, seguiría siendo totalmente uno de los principales problemas históricos y geopolíticos de la historia de la humanidad: las etnias, el nacionalismo, la ambición, la codicia, los recursos, los líderes locales, el suelo, los beneficios económicos, el poder, el intervencionismo y el odio a extranjeros, invasores e imperialistas. Enfrentados con problemas eternos como éstos, ¿cómo no se va a invocar el poder de la religión? Recordemos también que casi todos los horrores de principios del siglo XX vinieron, casi exclusivamente, de regímenes estrictamente laicos: Leopoldo II de Bélgica en el Congo, Hitler, Mussolini, Lenin y Stalin, Mao y Pol Pot.
Lo europeos fueron quienes extendieron sus guerras mundiales, dos veces, sobre el resto del mundo, dos devastadores conflictos globales sin ningún remoto paralelismo en la historia islámica. Algunos hoy podrían desear un mundo sin Islam en el que estos problemas probablemente nunca hubieran llegado a producirse. Pero realmente los conflictos, las rivalidades y las crisis de ese otro mundo parece que no serían muy diferentes de las que conocemos hoy.
Publicado en Foreign Policy Ene-feb 2008
http://www.foreignpolicy.com/users/login.php?story_id=4094&URL=http://www.foreignpolicy.com/story/cms.php?story_id=4094
Texto íntegro en inglés: http://www.muslimbridges.org/content/view/861/37/
Graham E. Fuller, ex vicepresidente del Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA, encargado de previsión estratégica a largo plazo, actualmente es profesor adjunto de historia en la Universidad Simon Fraser de Vancouver (Canadá).

Carlos Sanchis, Juan Vivanco y Caty R. pertenecen a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a los traductores y la fuente.

El Estado de Israel y los acuerdos de paz de Camp David por Egipto IV Pt.

Guerra de los Seis Días
La Guerra de los Seis Días fue un conflicto armado que tuvo lugar en Oriente Medio en el año 1967. Advertido por la retirada de los Cascos Azules de la frontera del Sinaí, el bloqueo de los estrechos de Tirán y los movimientos de tropas de Egipto, Siria y Jordania al otro lado de la frontera, junto a la concentración de unidades iraquíes y kuwaitíes y de otros países árabes, Israel decidió pasar a la ofensiva para conjurar lo que suponía una inminente agresión y atacó a Egipto.
Pese a que los medios de comunicación árabes prometían la destrucción y aniquilación de toda la población israelí, devolviendo al primer plano los recuerdos de la shoá, otras fuentes pusieron en duda, con posterioridad, que los árabes fuesen realmente a atacar Israel.
Durante el conflicto, Israel conquistó a Egipto la península del Sinaí hasta el Canal de Suez, iniciando con posterioridad un plan de colonización de la península. En 1973 Egipto recuperó la ribera este del Canal, durante la llamada guerra de Yom Kipur; en tanto las tropas israelíes, recuperadas de la sorpresa inicial, cruzaron el Canal, deteniéndose a 101 kilómetros de la capital de Egipto, El Cairo. Tras esta acción relámpago, Egipto fue el único país árabe que firmó la paz con Israel, formalizada en los acuerdos de paz de Camp David, que tuvo como más señalado resultado la devolución de la península del Sinaí (exceptuando la Franja de Gaza), el reconocimiento del Estado de Israel por parte de Egipto, y el establecimiento de relaciones diplomáticas por primera vez entre Israel y uno de sus 4 países limítrofes, incluyendo el intercambio de embajadores.
También durante la guerra de 1967 conquistaría Israel los territorios de Cisjordania con Jerusalén Este, entonces bajo administración de Jordania, así como ocuparía los Altos del Golán, en territorio sirio. En octubre de 1973, durante la guerra de Yom Kipur, las tropas sirias atacaron las posiciones israelíes en los Altos del Golán, mientras que Egipto luchaba a lo largo del canal de Suez. Tras las primeras conquistas sirias, Israel expulsó a los sirios de los Altos del Golán y avanzó hasta llegar a 32 kilómetros de Damasco. Tras el acuerdo de cese de fuego firmado entre Siria e Israel en mayo de 1974, se estableció una zona desmilitarizada entre las posiciones sirias e israelíes. Israel incorporó los Altos del Golán a su sistema administrativo en 1981, en el Distrito Norte, si bien formalmente no los ha anexionado.
Dada la alta densidad de población árabe de todos estos territorios, Israel nunca propició la anexión de los mismos (salvo Jerusalén Este), manteniendo su presencia militar hasta el presente.
Guerra y ocupación del sur del Líbano
Por último, Israel ha mantenido bajo ocupación militar durante cerca de veinte años una franja de terreno en el sur del Líbano, la denominada por Israel «zona de seguridad», debido a los continuos ataques que desde el sur de Líbano se producían contra las ciudades del norte de Israel por parte de los grupos armados palestinos. Ya en 1978 el Tsahal efectuó la llamada Operación Litani, con el fin de liquidar las bases palestinas desde las que se llevaban a cabo infiltraciones guerrilleras contra Israel.
La invasión israelí del Líbano, iniciada el 6 de junio de 1982 tras el asesinato del embajador israelí en Reino Unido, Shlomo Argov, a manos del grupo de Abu Nidal, provocó la huida de la OLP a Túnez, ocupando su vacío el grupo armado Hezbolá, apoyado por los regímenes sirio e iraní. Israel se retiró unilateralmente de esta zona el 24 de mayo de 2000, acatando la resolución 425 del Consejo de Seguridad de la ONU de 1978, debido a la promesa electoral del primer ministro Ehud Barak de buscar una paz de compromiso tanto con Siria como con Líbano, propuesta de paz que posteriormente fue rechazada por el régimen sirio, que mantuvo su presencia en el Líbano hasta 2005 y su respaldo militar a Hezbolá.
En julio de 2006, tras el asesinato de ocho soldados israelíes en una emboscada en la frontera y el secuestro de otros dos por parte de milicianos de Hezbolá, Israel lo consideró un «acto de guerra» y se desencadenó la crisis israelo-libanesa de 2006.
Estatus de Jerusalén La resolución 303 de la Asamblea General de la ONU, del 29 de diciembre de 1949, declaró: «La ciudad de Jerusalén se establecerá como un corpus separatum bajo un régimen internacional especial y será administrada por las Naciones Unidas». No obstante, la guerra que inmediatamente después de la Declaración de Independencia desencadenaron los países árabes contra Israel hizo inaplicable dicha resolución. En 1950, tras el armisticio, Israel proclamó a Jerusalén como la capital de su nuevo Estado. Esta declaración de capitalidad solo afectaba a la parte occidental de la ciudad, que era la administrada por Israel, mientras que la otra parte (incluyendo la Ciudad Vieja) quedó en manos de Jordania.
En la Guerra de los Seis Días (1967), Israel conquistó también la parte oriental de la ciudad (la llamada Jerusalén Este). Inmediatamente la segregó de Cisjordania y la anexionó de facto al resto del municipio. En julio de 1980, mediante la Ley de Jerusalén, Israel reunió en su legislación nacional ambas partes en un solo municipio, proclamándola como su «capital eterna e indivisible».
Solo un mes después, como medida de castigo por la anexión, la ONU aconsejó a sus Estados miembros que trasladasen sus embajadas a Tel Aviv. Los últimos en adoptar esa medida fueron Costa Rica y El Salvador: el primero anunció el traslado de sede el 16 de agosto de 2006 y el segundo lo hizo el 25 de agosto. No obstante, Paraguay y Bolivia mantienen las suyas en Mevaseret Zion, un suburbio de Jerusalén. Por su parte, Estados Unidos aprobó una ley en 1995 que declaraba que «Jerusalén debe ser reconocida como la capital del Estado de Israel» y, de acuerdo con dicha ley, tiene previsto trasladar de nuevo su embajada a Jerusalén , aunque no lo ha realizado todavía.

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Los triunfos del nuevo Israel en medio de árabes III Pt.

La Crisis de Suez de 1956
La crisis de Suez se desencadenó a raíz de la nacionalización del canal de Suez por parte de Egipto y a los ataques de fedayines que sufría Israel. Francia e Inglaterra establecieron una alianza militar secreta con Israel y atacaron por sorpresa y de forma coordinada a Egipto, desmantelando por completo el ejército egipcio y aniquilando su fuerza aérea. En solo una semana, Israel conquistó la península del Sinaí al completo, incluyendo zonas estratégicas, como Sharm el-Sheij, que es clave para el acceso al estrecho de Tirán y el golfo de Akaba, fundamental para liberar la salida al mar desde el puerto israelí de EilSi los objetivos de Israel fueron todo un éxito militar, para Francia y Reino Unido fue todo un fiasco, últimos coletazos de las dos viejas potencias colonialistas en declive.
La guerra de Suez
Representó una derrota militar en toda regla para Egipto, pero una victoria moral y política. La presión diplomática conjunta de los Estados Unidos y de la Unión Soviética, insólitamente de acuerdo frente a la sorpresiva maniobra de Londres y París que pretendían recuperar el canal de Suez, obligó a Israel a retirarse de la península del Sinaí y de la Franja de Gaza, es decir, tuvo que regresar a la situación pre-bélica que le había llevado a conquistar 60.000 kilómetros cuadrados en solo una semana. Tras el alto el fuego decretado por la ONU, Egipto aceptó la fuerza de interposición de la ONU en la frontera (UNEF, una «Fuerza de Emergencia» creada al efecto), para mantener la desmilitarización de la región y evitar los incidentes fronterizos. A Israel le costó renunciar a las enormes conquistas obtenidas en esta guerra relámpago, pero a cambio de la retirada logró que la frontera con Egipto quedase protegida de infiltraciones guerrilleras, gracias al despliegue de la fuerza multinacional, y ganó con ello nueve años de tranquilidad.
Las consecuencias de la guerra de 1956 dejaron a la región en una situación inestable, con una aparente paz fronteriza (aunque los Estados árabes seguían sin reconocer a Israel), pero con un ascenso del nasserismo panárabe que tiene a la causa palestina como elemento movilizador. Siria, alineada con el bloque soviético, comenzó a patrocinar asaltos terroristas en Israel a principios de los años 1960, como parte de su «guerra de liberación», con el propósito de desviar la atención de la oposición doméstica a la dictadura baazista.
El Acueducto Nacional
En septiembre y octubre de 1953 Israel empezó a desviar las aguas del río Jordán, produciéndose graves tensiones . En 1964, Israel comenzó a hacer operativo el desvío, extrayendo agua del río Jordán para su Acueducto Nacional. Del 13 al 17 de enero, tiene lugar la cumbre árabe en El Cairo, donde los dirigentes árabes afirman su oposición al desvío de las aguas del río Jordán por parte de Israel. Al año siguiente, los Estados árabes iniciaron la construcción del Plan Diversión Agua Cabecera. Al terminar, desviaría el agua del Dan Banias para que ni entrase a Israel ni al Lago Tiberíades, sino que fluyese a un muro de contención ubicado en Mukhaiba para Jordania y Siria. También desviaría el agua del Hasbani al río Litani, en Líbano. El desvío habría reducido la capacidad del transporte de agua hacia Israel en aproximadamente un 35%. A pesar del desvío, todavía en 1990 la disponibilidad de agua per cápita en Israel era de 470 metros cúbicos, mientras que en la vecina Jordania era de 260 metros cúbicos un 45% menos que en el caso israelí. La Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) atacaron el proyecto en Siria en marzo, mayo y agosto de 1965, perpetuando una serie prolongada de actos de violencia en la frontera que contribuyó directamente a los acontecimientos que llevaron a la guerra.
En 1996, bajo el tratado de paz Israel-Jordania, Israel acordó proveer a Jordania de 50 millones de metros cúbicos de agua anualmente.

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Las grandes aliyá judías y expulsión de los árabes II Pt.

Sionismo y aliá
La primera gran ola de inmigración judía a Palestina, conocida como aliá, se inició en 1881, como consecuencia de las persecuciones a que eran sometidos los judíos en Europa y las ideas de Moses Hess, un sionista-socialista que abogaba por la redención del territorio considerado como la patria hebrea. Los judíos compraban tierras a las autoridades otomanas y a los terratenientes árabes, surgiendo de esta forma los primeros asentamientos agrícolas. Es en esta época cuando pueden apreciarse las primeras tensiones entre árabes y judíos.
El sionismo, fundado por Theodor Herzl. la 1a, 2a. 3a aliyá
El surgimiento del sionismo, fundado por Theodor Herzl, dio lugar a la segunda aliyá (1904-1914) en el curso de la cual emigraron a Israel unos 40.000 judíos. En 1909 un grupo de judíos rusos que llegaron después del fracaso de la revolución de 1905, fundaron Degania, el primer kibutz.
En 1917, el Ministro de Asuntos Exteriores británico, Arthur James Balfour, emitió una declaración en donde se promovía la idea del establecimiento de una patria en Palestina para el pueblo judío (la llamada Declaración Balfour). En 1920, Palestina fue adjudicada al Reino Unido para su administración como Mandato de la Sociedad de Naciones.
La tercera (1919-1923) y la cuarta ola (1924-1929) de inmigración judía se produjeron después de la Primera Guerra Mundial.
Entre 1916 y 1929, se sucedieron varios ataques por parte de los árabes contra las comunidades judías y cristianas residentes y contra los peregrinos de Tierra Santa. Los más importantes fueron los de 1920 y los de 1929 en Safed y Hebrón (véase Matanza de Hebrón). Ya antes de 1919 los cristianos habían sido acosados por los árabes, furiosos por la venta de terrenos de la parte cristiana de Jerusalén a compradores judíos.
La 4a y 5a aliyá
En 1920 los ataques árabes se encontraron con la sorpresiva respuesta, no de los británicos que ignoraron las intenciones de los árabes de atacar a la comunidad judía, sino de los grupos de defensa judíos fundados por, entre otros, Ze'ev Jabotinsky. Fue en ese año cuando nació la Haganá.
Muchos de los ataques contra los judíos fueron promovidos por Amin al-Husayni. Al-Husayni, antisemita militante y principal líder palestino durante décadas, se convertiría años después en el principal aliado árabe del Tercer Reich.
El avance del nazismo en 1933 dio lugar a la quinta aliyá. Los judíos en Palestina incrementaron su población de un 11% en 1920 a un 30% en 1940 y eran propietarios del 6% del territorio del Mandato británico (incluyendo a la actual Jordania) en 1943 . El Holocausto, junto con la negativa de las potencias occidentales de abrir sus fronteras, ocasionó otra ola de inmigrantes a Palestina, elevando su número hasta los 600.000 habitantes judíos.
En 1939, los británicos abandonaron el compromiso de favorecer la creación de un Estado judío, así como la de la partición de Palestina, abogando por un único Estado en la región. Además, tomaron medidas para limitar la inmigración judía y restringieron la compra de tierras por parte de los judíos (véase Libro Blanco). Pese a ello, al estallar la Segunda Guerra Mundial los líderes sionistas apoyaron decididamente a Gran Bretaña. Los británicos, sin embargo, mantuvieron la prohibición de inmigración judía a Palestina durante toda la Segunda Guerra Mundial. Muchos judíos fueron interceptados y devueltos a la Europa dominada por los nazis, si bien un gran número pudo entrar de forma clandestina en el país.
Los refuseniks
Durante la guerra fría, los judíos soviéticos fueron considerados con frecuencia como traidores y espías y con ese pretexto se practicó una vez más el antisemitismo oficial por parte de las autoridades soviéticas. Muchos judíos intentaron abandonar la URSS, pero muy pocos lograban el permiso correspondiente para emigrar. La sola solicitud del visado suponía un grave riesgo, pues conllevaba a menudo la pérdida de sus trabajos, la confiscación de sus bienes e incluso el ostracismo de toda la familia. Con posterioridad a la guerra de 1967, la situación de los judíos a quienes se les rechazaba el visado, conocidos ya como refuseniks, se convirtió en un tema permanente de denuncia por parte de los grupos de derechos humanos occidentales. Algunos de ellos, como Natan Sharansky, fueron confinados en gulags durante varios años.
Con las políticas de glasnost y perestroika, ya en los últimos años de la Unión Soviética y una vez logrado el ansiado derecho de los refuseniks a emigrar, cientos de miles de judíos decidieron abandonar la URSS. Solo entre 1987 y 1991, más de medio millón de judíos salieron de la URSS, de los cuales 350.000 se dirigieron a Israel y 150.000 a los Estados Unidos.
Esta gran oleada migratoria (entre los setecientos mil y el millón de personas para una población total de seis millones de israelíes), que se extendió durante aproximadamente 10 años, influyó notablemente en el equilibrio demográfico y en el desarrollo económico de Israel, generando un salto positivo también gracias a la cantidad de nuevos inmigrantes con buen nivel académico en todas las ramas de la ciencia y la tecnología.
Hasta el dia de hoy, siguen llegando a Israel inmigrantes y descendientes judios de todo el mundo, apesar de los conflictos como la ultima guerra con el Libano, llegaron haciendo Alia ese mismo año judios de paises como Usa y Francia bajo la Ley del retorno.
ONU la resolución del conflicto
El Estado judío, independencia de Israel Artículo principal: Historia Moderna de IsraelEn 1947, tras el estallido de la violencia por grupos militantes árabes y judíos y ante la imposibilidad de conciliar a ambas poblaciones, el gobierno británico decidió retirarse de Palestina y puso en manos de la ONU la resolución del conflicto. Tras el informe de una comisión internacional que evaluó la situación sobre el terreno, la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó el 29 de noviembre de 1947 un plan que dividía a Palestina en dos Estados, dando a los árabes y a los judíos una extensión similar de terreno (el 54% del total para Israel, pero incluía el desierto del Neguev, que representaba a su vez el 45% de la superficie del país). Jerusalén quedaría como una ciudad internacional administrada por las Naciones Unidas. La ONU no adoptó ninguna disposición para ejecutar el Plan y, apenas dos semanas después, en una reunión pública celebrada el 17 diciembre, la Liga Árabe aprobó otra resolución que rechazaba de forma taxativa la de la ONU y en la que advertía que, para evitar la ejecución del plan de la ONU, emplearía todos los medios a su alcance, incluyendo la intervención armada.
El 14 de mayo de 1948, día que expiraba el Mandato británico sobre Palestina, el Estado de Israel fue proclamado en el territorio otorgado por el plan de las Naciones Unidas, aboliendo como primera medida las leyes antiinmigratorias británicas que impedían desde hacía años la entrada legal de nuevos judíos a Palestina.
Estado de Israel 1948
No hubo ningún intento por parte de la ONU de evitar la intervención armada que había proclamado la Liga Árabe meses atrás y, al día siguiente de la declaración de independencia, los cinco países árabes vecinos declararon la guerra al naciente Estado de Israel y trataron de invadirlo. En la guerra intermitente que tuvo lugar durante los siguientes 15 meses (con varias treguas promovidas por la ONU), Israel conquistó un 26% de terreno adicional al del antiguo mandato, mientras que Transjordania ocupó las áreas de Judea y Samaria, actualmente conocidas como Cisjordania, y Egipto ocupó el territorio correspondiente a la actual franja de Gaza.
Expulsión de los Árabes
Al término de la guerra, una población árabe estimada entre 600.000 y 900.000 habitantes emigraron o fueron expulsados por Israel del territorio que ocupaban (las Naciones Unidas da como cifra oficial 726.000 personas, aunque, según la terminología de la propia ONU, solo un tercio son técnicamente «refugiados», el resto, los que se instalaron en Gaza y Cisjordania, son «desplazados» dentro del propio país) y se trasladó a los países árabes limítrofes, dando origen al problema de los desplazados y refugiados palestinos que nunca se ha llegado a resolver del todo. Por la otra parte, un número significativo de judíos quedaron en territorio árabe y fueron igualmente expulsados, incluidas algunas comunidades judías establecidas en Palestina desde antiguo, entre las que sobresale la de Jerusalén Este.
La inmigración de los supervivientes del Holocausto y la de los refugiados judíos que habitaban en países árabes, en algunos casos desde antes de la arabización, duplicó la población judía en Palestina al año de haberse declarado la independencia de Israel. Durante la década siguiente aproximadamente 600.000 judíos orientales, una cifra equivalente a la de refugiados palestinos, huyeron o fueron expulsados de territorios árabes, en los que algunas comunidades judías llevaban viviendo desde hacía casi 2000 años, y se refugiaron en Israel (adicionalmente unos 300.000 judíos emigraron a Francia y a los Estados Unidos, quedando una ínfima población judía en los países árabes, principalmente en Marruecos y Túnez. En total unos 900.000 judíos se convirtieron en los otros refugiados que se menciona en la resolución 242 de la ONU).

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Israel como un pueblo, o grupo de gente en el año 1210 adC.

La referencia más antigua que se tiene del nombre Israel data del año 1210 adC, grabado en la Estela de Merenptah (un relato épico del faraón Merenptah, un hijo de Ramsés II), en el cual se cita a Israel como un pueblo, o grupo de gente, aunque no está asociado a un lugar geográfico. Durante 3000 años, el pueblo judío se ha seguido refiriendo a Israel como su patria, Tierra Santa o la Tierra Prometida, pese a que los romanos pasaron a denominarlo Palestina (provincia de Siria y Palestina) tras aplastar la Primera Revuelta Judía (66-73 dC).
La tierra de Canaán

Lo que hoy se conoce como Israel –el suroeste del llamado «creciente fértil» y conocido en la antigüedad como la tierra de Canaán— fue desde muy antiguo tierra de paso y punto intermedio entre las florecientes civilizaciones del Tigris y el Éufrates, por un lado, y el valle del Nilo por el otro. Se vio sacudida desde antiguo por numerosas invasiones y estuvo dividida en pueblos diferentes: Moab, Edom, Judá, Aram, etc. En esa tierra vieron la luz dos de los mayores hitos de la civilización occidental: el alfabeto moderno occidental y una religión monoteísta que, en formas diversas, acabaría extendiéndose por todo occidente. También vio nacer las primeras ciudades del mundo (como Jericó), hace siete mil años, en plena revolución neolítica. La región estuvo dividida en pequeñas ciudades-estado que sobrevivieron como pudieron a las sucesivas invasiones de sus poderosos vecinos (sumerios y egipcios), y de muchos otros pueblos venidos de los desiertos arábigos e incluso del mar (como los filisteos).
los hijos de Israel
En tiempos de Ajenatón (c. 1350 adC) había numerosas tribus hebreas situadas en la ribera oriental del río Jordán, tratando de cruzarlo y asentarse en las tierras más fértiles de la ribera occidental. En los últimos tiempos de Ramsés II, con Canaán dividida entre egipcios e hititas, nuevas tribus hebreas llegaron a orillas del Jordán. Varias de ellas se aliaron para realizar una acción militar contra Canaán. Efectuaron esta coalición a la manera tribal, identificándose como descendientes de los hijos de un antepasado común, el legendario Jacob (renombrado según el relato bíblico como Israel), nieto del patriarca Abraham, por lo que, según la historia bíblica, estos pueblos aliados se llamaron a sí mismos los hijos de Israel.
Dos estados confederados
Estas tribus hebreas, que tenían el mismo origen que los amorreos y hablaban un dialecto de la misma lengua semítica que ya se hablaba en Canaán, cruzaron el Jordán alrededor de 1240 adC, conquistando Jericó, desde donde se extendieron por las regiones montañosas de Judea, de Samaria y de Galilea. Adoptaron el alfabeto y muchos otros aspectos de la cultura cananea. Acabaron por conformar hacia el año 1000 adC dos estados confederados, el reino de Israel y el reino de Judá, en oposición militar a los filisteos y otros pueblos. Ambos reinos fueron gobernados por los reyes David y Salomón antes de su separación definitiva (en el año 924 adC), hechos que parecen confirmar las evidencias arqueológicas.
Expulsión de las tierras
Posteriormente, bajo los sucesivos dominios extranjeros de Asiria, Babilonia, Persia, Macedonia, el imperio seléucida, Roma y Bizancio, la presencia de judíos en Palestina se vio sustancialmente disminuida a consecuencia de la expulsión masiva de que fue objeto este pueblo. . En particular, el fracaso de la revuelta judía bajo el Imperio romano ocasionó la principal expulsión de judíos de esta tierra así como la destrucción del Segundo Templo de Jerusalén. Curiosamente la Mishná y el Talmud, dos de los textos más importantes del judaísmo, fueron escritos durante esta época.
El pueblo de Israel fue autónomo tan sólo dos veces después del exilio babilónico: durante el dominio seléucida surgió la dinastía hasmonea, oligarquía formada por una familia de sacerdotes judíos. La dinastía hasmonea fue reconocida por el imperio griego y romano y gobernó al pueblo judío hasta la intervención romana.
Un pequeño Estado
La segunda autonomía fue el breve período de la rebelión judía de Bar Kojbá (132-135 dC), durante el Imperio romano: los judíos establecieron un pequeño estado en el centro del país de Canaán, que era independiente de Roma. Este pequeño estado duró tan sólo tres años, hasta que en el año 135 fuera aplastado por el emperador romano Adriano. Una vez destruido el estado judío y exiliada gran parte de su población, la antigua tierra de Israel pasó a denominarse "Siria-Palestina", o simplemente "Palestina", nombre derivado de los antiguos adversarios de los judíos: los filisteos.
Palestina y los Islámicos
Los árabes conquistaron el territorio de Palestina en el año 639, expulsando a los bizantinos. Desde entonces y hasta el año 1516, Palestina fue dominada por varios estados islámicos, únicamente interrumpida dicha dominación por el establecimiento del Reino de Jerusalén durante el periodo de las Cruzadas. En 1517 fue anexionada por el Imperio otomano, situación que se prolongó cuatro siglos (hasta 1917), durante los cuales la antigua tierra de Israel fue parte del vilayato Damasco-Siria, una de las muchas provincias otomanas. Pese a todo, siempre existió una exigua comunidad judía en Palestina (territorio que dejaría de denominarse así durante el dominio otomano), que fluctuó considerablemente a través de los siglos. En 1881 existía una población de 20.000 a 25.000 judíos, respecto a una población total estimada de 470.000 habitantes, y cuya presencia principal radicaba en Jerusalén, en la cual hacia 1884 eran una de las etnias mayoritarias, hasta llegar a ser en 1896 mayoría absoluta.
La Diáspora II y regreso
Después de diversas sublevaciones, los romanos destruyeron Jerusalén y obligaron a casi la totalidad de los judíos a huir de Israel, comenzando un largo periodo de exilio conocido como Diáspora. Los judíos de la diáspora anhelaron regresar a Israel durante siglos. Por ejemplo, en 1141 el español Yehuda Halevi realizó un llamamiento a los judíos para regresar a Eretz Israel, efectuando él mismo el regreso a Sión, donde encontró la muerte. Un siglo después, el rabino español Nahmánides emigró a Jerusalén y desde entonces se mantuvo una presencia constante de judíos, especialmente en Jerusalén. El también sefardí Yosef Caro emigró a la gran comunidad judía de Safed en 1535. Oleadas migratorias tuvieron lugar, por ejemplo, en el periodo 1209-1211. Fue también famosa la «aliyá de los rabinos de Francia e Inglaterra» hacia Acre en 1258 y 1266. En 1260 Jehiel de París emigró a Acre junto a su hijo y un numeroso grupo de seguidores. Pequeñas olas migratorias judías tuvieron lugar durante el siglo XVIII, como la de Menachem Mendel de Vitebsk y 300 de sus seguidores, Judah he-Hasid y alrededor de 1000 discípulos y más de 500 discípulos (y sus familias) de Gaón de Vilna conocidos como Perushim. Oleadas de estudiantes rabínicos inmigraron en 1808-1809, aséntandose en Tiberíades, Safed y después en Jerusalén.
En 1860, la antigua comunidad judía de Jerusalén comenzó a construir barrios de viviendas fuera de los muros de la Ciudad Vieja. En 1878, se fundó el primer asentamiento agrícola moderno en Petaj Tikva.

Fuente:
Wikipedia -

La Palestina historica en su proceso por un Estado Libre


La Palestina histórica, como provincia del antiguo Imperio Otomano, comprendía los territorios que se extendían entre el Río Jordán y el Mar Mediterráneo. A finales del siglo XIX surgió el Movimiento Sionista, que tenía como gran objetivo la creación de un estado judío. En su congreso internacional de 1903 se establecía que tal estado debería situarse en Palestina (antes se habían planteado otros destinos, como Argentina), su cuna ancestral. Así comenzó, con el beneplácito de las principales potencias internacionales, la imparable migración de judíos al territorio palestino, comprando grandes cantidades de tierra a la originaria población árabe. Al finalizar la I Guerra Mundial (1914-1918), el Imperio Otomano se desmembró y Palestina quedó bajo el dominio británico, que debía administrar la zona por encargo de la Sociedad de Naciones. En los años siguientes, la estrategia de la compra de tierras aumentó a un ritmo imparable, produciendo una gran tensión entre la población palestina y el resto de países vecinos árabes. Cada vez fueron más habituales los levantamientos nacionalistas palestinos, sofocados por el ejército británico establecido en la zona. Finalmente, tras el fin de la II Guerra Mundial (1939-1945), en la que se produjo del Holocausto nazi de 6 millones de judíos (al que habría que sumar el cometido contra esa misma comunidad por parte del comunismo soviético), la recién creada ONU se planteó una compensación moral hacia el pueblo judío. Así, en 1947 estableció un ‘Plan de Partición para Palestina’, que comprendía en ese territorio común la creación de dos estados diferentes, uno judío y otro árabe, cada uno con su propio espacio geográfico. Puesto que la ciudad de Jerusalén era sagrada para las dos comunidades, se establecía para la capital un régimen especial, según el cual estaría bajo mandato internacional. Los ingleses, deseosos de abandonar la zona, apoyaron el Plan de la ONU. Sin embargo, los árabes se negaron a firmar el acuerdo (planteaban que los ingleses debían abandonar el territorio y que Palestina debía de constituirse en un estado independiente con todo su territorio) y la tensión entre las comunidades judía y palestina alcanzó un clima prebélico. En plena crisis, en mayo de 1948 los judíos auto fundaron el Estado de Israel y los ingleses abandonaron sus posiciones. Los palestinos no aceptaron tal hecho y con la ayuda de los países musulmanes colindantes (Egipto, Jordania, Líbano y Siria) invadieron Israel. Estalló así la primera guerra árabe-israelí (1948), en la que Israel obtuvo una contundente victoria. Así, tras la paz de 1949 los judíos acabaron haciéndose con más control territorial del que les había correspondido en la división de la ONU del año anterior (el 77% del total del territorio y el sector oeste de Jerusalén). Muchos árabes que vivían en la zona debieron marcharse de sus casas, iniciándose así la diáspora palestina. El problema de los refugiados es aún hoy uno de los grandes puntos de conflicto. Esta primera oleada de palestinos sin tierra (entre 400.000 y 700.000, según las fuentes) se asentó principalmente en Gaza y Cisjordania (incluido el sector este de Jerusalén). A grandes rasgos, este ‘statu quo’ se mantuvo hasta 1967. En 1956 marcó un punto de inflexión la crisis del Canal de Suez. Ello se debió a que el nuevo presidente egipcio, el nacionalista Nasser, nacionalizó el canal, que era administrado por una compañía de la que Gran Bretaña era su propietaria mayoritaria. Los ingleses pactaron con Francia e Israel un ataque conjunto a Egipto. Las tropas israelíes ocuparon la franja de Gaza y gran parte del desierto del Sinaí. A la semana, la fuerte presión internacional obligó a redactar un alto el fuego que ponía fin a una corta guerra. Franceses, ingleses e israelíes tuvieron que abandonar los terrenos tomados. En realidad, el único objetivo de Israel fue dejar muestra de su fuerza militar ante sus vecinos países árabes, que aún no le reconocían como estado. Más grave fue la segunda guerra árabe-israelí, de 1967, más conocida como la ‘Guerra de los Seis Días’. En 1964 se había creado la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), que favorecía la intervención de los países árabes en contra de Israel. El propio presidente egipcio, Nasser, simpatizante con la causa palestina, firmó una alianza militar con Jordania. Israel, temiendo un ataque conjunto, en junio lanzó una campaña preventiva contra ambos países, además de Siria, conquistando Gaza y el desierto del Sinaí a Egipto, Cisjordania a Jordania y los Altos del Golán a Siria. Como su nombre indica, fue una guerra corta, en la que en pleno contexto de la Guerra Fría, EEUU apoyó a Israel y la URSS a los países árabes, teniendo como resultado una victoria indudable de los israelíes, que incluso se hicieron con el control del conjunto de Jerusalén. Otros 500.000 árabes de la zona debieron abandonar sus casas y se unieron a los refugiados de 1948. Como había hecho anteriormente, Israel promovió el asentamiento de judíos en todos los territorios ocupados. Esta situación ha provocado uno de los principales puntos de fricción en las negociaciones de paz entre palestinos e israelíes. El siguiente conflicto se dio en 1973, conociéndose como la tercera guerra árabe-israelí o la ‘Guerra del Yom Kippur’, por iniciarse el 6 de octubre, día de festividad de los judíos, por la que éstos permanecen en absoluto descanso. Aprovechando esa circunstancia, los palestinos, junto a Egipto, Siria e Iraq, atacaron a Israel con el objetivo de recuperar todos los territorios perdidos. Sin embargo, a pesar de los iniciales éxitos militares, Israel se recompuso y aplastó las fuerzas árabes. Este hito marcó un antes y un después en el conflicto. Egipto pasó a aliarse con EEUU en vez de la URSS y firmó la paz con Israel. Jordania y Siria también perdieron sus ansias beligerantes respecto al estado israelí. Así, los palestinos se quedaron solos en su lucha y la OLP aumentó enormemente su influencia allí. En su seno, Yasser Arafat, que lideraba la facción ‘Fatah’, ya controlaba la organización de la OLP. Fueron años de ataques contra Israel y también de inicio de los atentados terroristas. Estas actividades motivaron que Jordania expulsara de su territorio a la OLP (que tenía allí su centro de operaciones), instalándose ésta en el Líbano. En 1982 estalló la guerra entre Israel y Líbano. Israel, nuevamente victoriosa (a pesar de que la OLP contó con el apoyo sirio), ocupó directamente tal país “por dar cobijo a los terroristas”. Tras la guerra, el cuartel general de la OLP de Arafat se trasladó a Túnez. En general, durante los siguientes años, la causa palestina decayó en el interés de la opinión pública internacional. En 1987 estalló la Primera Intifada, una revuelta popular no armada por la que los árabes se levantaron contra los israelíes en Gaza, Cisjordania y el este de Jerusalén. Esta sublevación popular cogió de improvisto a todos, incluidos Israel y las organizaciones palestinas. Las imágenes de los palestinos no armados lanzando piedras contra los tanques israelíes que les atacaban desproporcionadamente impactaron al mundo, desgastando la imagen de Israel. Finalmente, el estado israelí y la OLP se vieron obligados a reconocerse mutuamente como interlocutores en un proceso de diálogo. Las negociaciones de paz de Madrid (1991), apadrinadas por EEUU, fraguaron en la firma de los ‘Acuerdos de Oslo’ de 1993, por parte de Arafat e Isaac Rabin (asesinado poco después por un ultra ortodoxo judío). Fruto del acuerdo, se fijaron la constitución de la Autoridad Nacional Palestina, representante de la autonomía palestina en los territorios ocupados y el fin de la violencia, desapareciendo la Intifada. Además, ambos entes debían de propiciar las condiciones necesarias para la profundización y resolución de los asuntos pendientes, tales como la creación de un futuro Estado Palestino, la retirada israelí de Gaza y Cisjordania, el regreso de los refugiados y la situación de Jerusalén. Sin embargo, en 2000 la paz se quebró al echarse en cara ambos pueblos el incumplimiento respectivo de los acuerdos alcanzados. Bill Clinton, presidente de EEUU, promovió una cumbre en Camp David, pero ésta resultó un fracaso. Ehud Barak aceptó la práctica totalidad de las reivindicaciones palestinas, pero Arafat exigió también la capitalidad compartida de Jerusalén, el retorno de los refugiados y el desmantelamiento de los asentamientos judíos. Al final, el acuerdo se rompió y la tensión se hizo insoportable. Así, la Segunda Intifada (2000) estalló cuando Ariel Sharon, entonces en la oposición como líder del ‘Likud’, visitó con sus hombres la ‘explanada de las mezquitas’, en Jersusalén. Los árabes lo interpretaron como una provocación y la revuelta estalló con fuerza en todos los terrenos palestinos. Sin embargo, esta Segunda Intifada, a diferencia de la primera, contó con un elevado componente islamista, siendo habituales los atentados suicidas. La causa de fondo radica en que ya Arafat y la OLP estaban en decadencia en el seno de la comunidad palestina, en la que habían surgido con fuerza los grupos yihadistas. Así, ‘Hamás’ (que se impuso a ‘Al Fatah’, el partido de Arafat, en las últimas elecciones) fue una organización islamista que surgió durante la Primera Intifada de 1987 y que incluso se vio alentada por Israel, con el objetivo de desgastar a la OLP, controlada por Arafat. Ahora, el conflicto está muy alejado de su resolución. A pesar de que la Segunda Intifada acabó en noviembre de 2004 con la muerte de Arafat, la violencia está hay cada vez más extendida. Israel ha desarrollado la táctica de la prevención de atentados terroristas en su territorio; aunque con métodos tan poco pacíficos como la construcción de un muro en torno a su frontera o los ataques militares hacia los líderes de organizaciones terroristas palestinas. En Palestina, ‘Hamás’ (un grupo islamista de tradición terrorista que se ha convertido en fuerza política), tras vencer en las últimas elecciones a ‘Al Fatah’, es quien ostenta el poder. MIGUEL ÁNGEL MALAVIA

uzbekistan la ciudad milenaria de samarcanda del arte Islámico


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En el reino de Tamerlán
Fue ciudad clave en la Ruta de la Seda –en plena Asia Central–, conquistada sucesivamente por Alejandro Magno, Gengis Khan y Tamerlán. Hoy, con más de 2700 años de historia, es una de las ciudades más antiguas del mundo, declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco por ser uno de los lugares de origen del arte islámico medieval.
Por Julián Varsavsky
“Y yo soy Tamerlán. Rijo el Ponientey el Oriente de oro, y sin embargo...”Jorge Luis Borges
Contemporánea de las épocas de oro en Roma, Atenas y Babilonia, la ciudad de Samarcanda es hoy la segunda ciudad de Uzbekistán –antigua república soviética–, un país ligado histórica y culturalmente al antiguo imperio persa. Muy poco aparece sobre Uzbekistán en los medios occidentales, lo cual convierte a ese país –en apariencia– todavía más lejano. Sin embargo está a mitad de camino entre Asia y Europa, en un lugar que antaño fue clave en la Ruta de la Seda, desde China a Turquía y de allí al resto del continente europeo.
Como acentuando esa “lejanía” exótica están los ignotos nombres que proliferan en la región. El país está rodeado por las repúblicas independientes de Kazajstán, Turkmenistán, Tajikistán y Kirguistán. Y la ciudad de Samarcanda, a su vez, está dentro del valle del río Zarafshán, un oasis a las puertas del desierto de Kizilkum.
Un anciano musulmán observa la plaza del Registán, que encierra la historia de muchos imperios.
Si uno se fija también en la sonoridad de los nombres de incontables ejércitos que conquistaron y se disputaron Samarcanda, se puede llegar a la idea errónea de que se trata de una ciudad mitológica que sólo existió en la fantasía de los juglares anónimos del medioevo. Cada cual a su tiempo, arrasaron con Samarcanda los persas samánidas, los karahánidos, los turcos selyúcidas, los karakitas y los khorezmidas, que no fueron seres de fantasía sino personas de carne y hueso cuya existencia está documentada en los textos de la época. Marco Polo fue uno de los visitantes ilustres de Samarcanda, quien la definió en su Libro de las maravillas como “una ciudad extensa y espléndida”.
El origen
Fundada en el siglo VII a.C., Samarcanda fue la capital de la satrapía de Sogdiana bajo la dinastía Aqueménida de Persia. Y de aquella época data precisamente el sitio arqueológico de Afrasiab, que fue el sector original de la actual ciudad. Allí está la que sería la tumba de Daniel, el profeta del Antiguo Testamento cuyos restos descansan en un sarcófago de 18 metros ya que, según la leyenda, el cadáver crece dos centímetros por año.
Alejandro Magno llegó a la región de Sogdiana en el 329 a.C., y logró establecer una ciudadela. Allí se encontró, con gran sorpresa, con una comunidad griega igual que él –los bránquidas–, descendientes de los jonios deportados por los persas al interior de Asia.
En el año 1220 el temible conquistador mongol Gengis Khan tomó Samarcanda sin mayores problemas, y luego la saqueó y la incendió hasta reducirla casi a cenizas. Pero fue en la segunda mitad del siglo XIV cuando Samarcanda comenzó a desarrollar su mayor brillo cultural, con una fastuosa arquitectura islámica que llegó hasta nuestros días y es su principal atractivo. En 1360 apareció en la tumultuosa escena política de Asia Central el conquistador Tamerlán, quien instaló en Samarcanda la capital de su inabarcable imperio. Se llamaba Amir Timur, aunque en Occidente se hizo conocido como Tamerlán, quien se presentaba a sí mismo como el continuador de la obra de Gengis Khan, extendiendo sus dominios desde la India hasta Turquía.
Uno de los testimonios más exactos de aquella época son las crónicas de Rui González de Clavijo, un embajador del rey castellano Enrique III, quien pasó tres meses en la corte de Tamerlán en 1404. Según el cronista, el rey conservaba las costumbres nómadas de sus antepasados y vivía en tiendas y pabellones que hacía instalar en medio de exuberantes jardines con árboles frutales y viñedos. Desde allí, en el interior de una simple tienda de campaña, se trazaron los planes de conquista que sojuzgaron y saquearon ciudades como Delhi, Bagdad, Damasco y muchas otras de la península arábiga, Persia y Turquía, a lo largo de 35 años.
El Registan
El sitio histórico más famoso de Samarcanda en la actualidad es la deslumbrante plaza del Registán, donde se levantan tres antiguas madrazas –universidades islámicas–, consideradas el prototipo que inspiraría a la mayor parte de la arquitectura islámica en los últimos 600 años, desde el Mediterráneo al Indico.
En el Registán se levantan las madrazas de Sher Dor –de 1636 y protegida por leones de piedra– y la de Sir Dor, atribuida al rey Shaybanid Yalangtush. En el lado Oeste de la plaza está la madraza de Ulug Beg –nieto de Tamerlán–, quien la hizo construir como sede de la universidad, con una torre “pistaq” de 35 metros de alto decorada con azulejos de colores y un portal con incrustaciones de mármol y cerámica con motivos astronómicos. En su interior la madraza tiene una pequeña mezquita y a sus lados 50 habitaciones para los estudiantes. Ulug Beg asumió el trono con apenas 16 años, y su verdadera vocación no era la política sino la astronomía, llegando a ser muy reconocido en Europa por sus descubrimientos. Para sus estudios hizo construir la citada madraza que hoy se visita, e invitó a astrónomos y matemáticos de todo el reino a trabajar en ella. También ideó un observatorio astronómico hoy restaurado, donde había construido un sextante de tres pisos que le sirvió para reubicar la posición de 992 estrellas y armar así un nuevo catálogo estelar, el primero después del de Ptolomeo. Además determinó la duración del año sideral en 365 días con 6 horas, 10 minutos y 8 segundos (con un error de 58 segundos de más), una medición que le llevó varios años de trabajo. Pero Ulug Beg no fue tan exitoso gobernando como lo fue en la astronomía. Perdió varias batallas con estados rivales y terminó decapitado por su propio hijo en un peregrinaje a la Meca en 1449. Hoy en día un cráter lleva su nombre en la Luna.
Un hecho clave para el desarrollo de las ciencias y las artes –tanto en el mundo oriental como occidental– ocurrió en Samarcanda, cuando en el año 751 el rey Abbasid obtuvo el secreto de hacer papel, extraído a dos prisioneros chinos luego de la batalla de Talas. Así surgió la primera fábrica de papel en el mundo islámico, que a partir de ese momento comenzó a extenderse por Europa a través de la sojuzgada España. Fue también en Samarcanda donde el Cadi de la ciudad le regaló al célebre poeta Omar Khayyam (1048-1131) un libro de blanquísimas hojas de papel chino, sin dudas un importante regalo para un escritor en aquella época, cuaderno que llenaría con su famoso poemario Rubaiyyat, un clásico de la literatura persa escrito en lengua farsí.
Ciudad mítica
Uno de los lugares más vistosos de Samarcanda, cerca del antiguo gran bazar, es el conjunto de mausoleos Shah-i-Zinda de la dinastía Timur –la que originó Tamerlán–, donde están por supuesto los restos de aquel gran emperador, en un gran edificio cuadrangular decorado en su interior con pequeñas piezas hexagonales de ónice y azulejos. En el exterior, una gran cúpula azul atrae todas las miradas, y debajo de ella una inscripción cúfica recorre el tambor con una repetición en letras negras y blancas de la frase “Dios es eterno”. El cuerpo de Tamerlán yace bajo una enorme laja de jade verde considerada la más grande jamás vista de ese material.
El conjunto de mausoleos Shah-i-Zinda, de la dinastía Timur, alberga los restos de Tamerlán y sus descendientes.
La otra tumba venerada en el Shah-i-Zinda es la de Qusam ibn Abbas, primo del profeta Mahoma, quien introdujo el islamismo en la región en el siglo VII d.C. y, según la leyenda, al ser decapitado tomó su cabeza con las manos y se paró desafiante encima de un aljibe.
En la literatura islámica, Samarcanda tiene un aura de ciudad mitológica, centro de vastos imperios, tumba de grandes profetas y reyes, faro científico y religioso, y modelo de sociedad islámica idealizada, donde alguna vez habrían reinado la justicia, la gloria y el término justo de todas las cosas. De alguna manera, es el paraíso perdido del Islam en la tierra, el mismo del que se precia –y que de alguna manera necesita– toda religión.

El Fatah como fuerza militar está dejando de existir

Una paradoja en el Medio Oriente
JAIME S. DROMI
Resulta paradójico en esta época de guerra en contra del terror, ver como muchas naciones del mundo critican a Israel por defender a sus ciudadanos civiles del bombardeo diario por terroristas de Hamas desde Gaza. El hecho es que, después del ataque israelí, los bombardeos pararon y eso significa que Hamas tiene el mando directo sobre los terroristas. La Dra. Condoleezza Rice antes y ahora el vicepresidente Cheney van a Israel a tratar de imponer un ''tratado de paz'', pero ¿con quién quieren imponer la paz? Quieren imponerla con Mahmoud Abbas (alias Abu Mazen), el presidente de la Autoridad Palestina, un hombre que no sabe lo que hace o dice y, cuando lo dice, son palabras al viento.
No tiene ninguna autoridad sobre casi la mitad de su población, que está en la Franja de Gaza, repentinamente alaba a los terroristas que lo han derrocado en Gaza aunque si no fuera por la intervención de las fuerzas armadas de Israel, ya no sería presidente de nada porque Hamas le habría quitado el poder también en Cisjordania.
Israel comprende y respeta el deseo del presidente Bush de conseguir un premio Nobel por la paz, el mismo deseo del ex presidente Clinton cuando trataba con Arafat y discutía con Israel. Arafat resultó ser muy corrupto y al morir dejó una herencia de seis mil millones de dólares, Abbas fue su segundo al mando y no hay duda de que su bolsa, como la del resto de sus compinches, está bien llena.
El problema principal es que, aunque el gobierno de Fatah tenga aún decenas de miles de miembros, el Fatah como fuerza militar está dejando de existir. Cuando agentes de la inteligencia británica preguntaron a miembros de la Brigada Al-Aksa (Fatah) quiénes eran sus enemigos, respondieron primero Hamas, luego la corrupción, después los árabes colaboradores de Israel y cuarto Israel. En otras palabras, las milicias ven un peor enemigo en el gobierno podrido de Abbas que en Israel mismo.
El pueblo y el gobierno de EEUU tienen en Israel un aliado sincero y seguro: no es así con los gobiernos árabes, con excepción de algunos, pero no estemos muy seguros ni de Arabia Saudita, ya que de allí sale la financiación para el extremismo musulmán en el resto del mundo. Europa está viviendo los extraordinarios cambios que imponen los musulmanes, levantando las mezquitas más grandes equipadas con madrasas (escuelas) donde enseñan el wahabismo, que es el islamismo extremista. En Londres están por construir la mezquita más grande de toda Europa. Invitados por Hugo Chávez, misioneros chiitas de Irán se establecieron en Venezuela y ya han convertido a toda la tribu wayúu al islam y ahora sus mujeres van con la cabeza cubierta y los hombres y niños aprenden las bondades de la yihad. Como un pulpo van extendiendo los tentáculos del islamofascismo y van alcanzando a los otros países latinoamericanos. Aunque Arabia financia oficialmente el extremismo religioso, Irán arma y financia a bandas chiitas formadas para el terrorismo.
Por otra parte, fuentes diplomáticas en el Líbano informan que Hezbolá evacuó a sus altos dirigentes junto con sus familias del oeste de la región de Bekáa y de la frontera sur, o sea, que se están preparando para comenzar otra guerra. Hezbolá es el grupo terrorista que asesinó a cientos de marines americanos y los autores de terribles atentados. Están a la orden de Irán, que los arma y financia y ha entrenado a centenares de sus milicianos. Lo mismo hizo Teherán con 300 milicianos de Hamas y esta combinación de factores es posiblemente la que acelerará el combate activo en esa parte del Medio Oriente. Se cree que EEUU no puede ya contenerse de actuar, Irán azuza, arma y financia a las fuerzas chiitas en Irak a luchar contra los EEUU.

Abdullah y al papa Benedicto XVI en un encuentro histórico


El Papa, con el rey saudí
Los conflictos de Medio Oriente reunieron al rey de Arabia Saudita, Abdullah y al papa Benedicto XVI en un encuentro histórico. Durante media hora los dos líderes discutieron sobre las posibles soluciones pacíficas a los enfrentamientos que sacuden la región y concluyeron que la única salida será a través de la cooperación entre cristianos, musulmanes y judíos. El encuentro fue un avance diplomático para las dos principales comunidades religiosas del mundo. El Vaticano y Arabia Saudita, sede de las Dos Sagradas Mezquitas –La Meca y la Medina– y una de las principales potencias musulmanas del mundo, no mantienen relaciones diplomáticas. Además, el vínculo entre los dos estados venía siendo tenso, especialmente después que Benedicto XVI vinculara al islamismo con la violencia, en un discurso el año pasado. En Arabia Saudita, la situación tampoco es fácil para los cristianos, aunque en el país viven alrededor de un millón de extranjeros católicos. La monarquía no permite la construcción de iglesias, ni tampoco la celebración de misas –ni siquiera dentro de las casas–. También está prohibida la importación de biblias o libros sobre el cristianismo. A pesar de la distancia que existe entre el Vaticano y Riad, los dos líderes se comprometieron ayer a trabajar juntos para impulsar una solución pacífica, especialmente para el conflicto israelí-palestino. En la agenda también se incluyó la necesidad de promocionar el diálogo interreligioso y los valores cristianos y musulmanes, en Medio Oriente y todo el mundo. La reunión se enmarcó en una gira europea del rey saudí.

La política exterior de la UE contra el terrorismo islamista

Preparación para la guerra sin fin

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Hasta no hace muchos años, muchos esperaban que Europa podría surgir como contrapeso para las políticas imperiales de EE.UU. Esas esperanzas se concentraban sobre todo en Alemania – no sólo como la principal potencia europea, sino como una conocida fuerza moderadora, no-militar, en la política internacional.
Esas esperanzas parecieron recibir sustancia por la vituperación estadounidense de la conocida preferencia europea por la diplomacia y la resolución pacífica de conflictos, así como cuando la Gran Bretaña oficial, en la persona de Richard Cooper, el gurú de relaciones internacional del antiguo primer ministro Tony Blair, consideró necesario sermonear a la “Europa post-industrial” sobre la necesidad de “dobles raseros” y de inclemencia colonial para derribar a no-occidentales sumidos en la oscuridad.
Bueno, Alemania y la Unión Europea surgieron – pero de un modo bastante diferente de lo esperado. Y el escenario no fue preparado por un retortijón electoral para justificar que “más vale estar equivocado con EE.UU. que tener razón en su contra.” Desde la visita de Angela Merkel a Washington (como líder de la oposición conservadora) antes de la invasión de Iraq, para atacar la decisión de oponerse a la guerra del canciller de aquel entonces, Gerhard Schroeder, el retorno a las buenas gracias de EE.UU. constituyó no sólo el principal proyecto de política exterior de los conservadores; se convirtió rápidamente en el proyecto supremo de la clase política alemana – incluyendo a los socialdemócratas.
Merkel se convirtió en el canciller con el que había que hablar, en el interlocutor europeo de más confianza para la clase política de EE.UU., con quien trabajar conjunta y decididamente para fortalecer la hegemonía global de EE.UU. contra las consecuencias de la debilidad de EE.UU. infligida por Irak – esto no sólo en Oriente Próximo en general, sino también, y especialmente, respecto a Rusia y China, el enemigo preferido original del gobierno de Bush antes de que los “dolores de parto de un nuevo Oriente Próximo” consumieran una parte tan importante de su capital político.
La superación de las limitaciones internas de su capacidad para utilizar al ejército alemán de modo más amplio para “intervenciones humanitarias,” en defensa de la “civilización occidental” contra el terrorismo islamista, es una parte importante, aunque no la más importante, de la política de “Occidente unido detrás de EE.UU.”. A pesar de la ausencia de debate público sobre sus implicaciones estratégicas – es decir de la doctrina de EE.UU. (e israelí) de guerra preventiva, la abolición de las restricciones geográficas de la OTAN, la misión de “asegurar el acceso a las materias primas” – (aún) no ha superado el rechazo de los principios generales de un papel militar más activista por parte de una mayoría de los alemanes.
Esto tiene consecuencias trascendentales – ha reiniciado de modo significativo, las actitudes y expectativas de la elite alemana hacia la UE, y hacia la relación de Alemania con Francia.
El discurso público sobre la política exterior así como la actitud subyacente de la elite está pasando – de “responsablemente conservador” al encauzamiento de los demonios que estudió Hannah Arendt en su busca de los orígenes del desorden del Siglo XX: el imperialismo (británico), el militarismo occidental y el racismo. Y ya que la mayoría de los alemanes está (de nuevo) muy lejos de la curva de la opinión de la elite, los esfuerzos por “reeducarlos” (como Der Spiegel volvió a exigir recientemente) son tan consistentemente estridentes como son mitologizantes.
Pero también existe toda una serie de altos funcionarios y políticos, todavía en servicio o retirados, que observan con consternación o preocupación la evolución de las políticas alemanas como reacción a la crisis de las relaciones entre EE.UU. y Alemania. Sus preocupaciones públicamente expresadas se concentran en la expansión de los compromisos militares alemanes – del tipo en los que es fácil involucrarse, pero casi imposible salir – y el rápido deterioro de las relaciones con Rusia.
Además, una mayoría de los pocos expertos sobresalientes en economía internacional considera con profunda preocupación la creciente inestabilidad del sistema financiero internacional. La ven impulsada por los inmensos desequilibrios comerciales de EE.UU. y la creciente amenaza de apalancarlos en las naciones acreedoras – en particular en China, Rusia, y los miembros de la OPEC que mantienen grandes superávit.
Las sanciones financieras decididas por el Congreso de EE.UU. contra países como Irán, Siria, Cuba y Norcorea son consideradas, además, como indicadores de que EE.UU. está a punto de destruir la confianza en la que se basa el sistema financiero internacional. Las consecuencias de su eventual desintegración – más pronto que tarde –serán dramáticas e incontrolables.
Esas voces de advertencias están, sin embargo, entre bastidores en el debate alemán. La escena está controlada por la narrativa de la amenaza terrorista. Pero hay muy pocos expertos serios que crean sinceramente que el terrorismo islamista sea motivado por su odio a las “libertades y valores occidentales.” El odio y el deseo de venganza son ciertamente elementos cruciales; pero esto no tiene mucho que ver con la cultura occidental o con la supuesta idea humillante de la inferioridad musulmana.
Si uno buscara las causas, las décadas de violencia que Occidente impuso a esos países, directamente o a través de sus regímenes dependientes, forman una parte necesaria de la explicación. La otra parte, por cierto, tendría que encarar el hecho de que fue Occidente el que transformó a células fundamentalistas débiles y aisladas en su Golem terrorista. Las alimentó, entrenó, financió, organizó y utilizó durante decenios en campañas de terror contra regímenes y movimientos seculares nacionalistas y socialistas hasta que estos fueron derrotados o aislados, dejando que sus residuos comprometidos hicieran lo que se le antojara a Occidente.
Aunque Alemania no estaba en la vanguardia de la interferencia en Oriente Próximo, estuvo plenamente comprometida en la creación y empoderamiento de una coalición wahabí-salafista para combatir a los soviéticos y al régimen comunista en Afganistán – el frente central en la ofensiva global anticomunista que pareció convertir el terrorismo en tres continentes en el arma preferida de Occidente.
Y en Oriente Próximo parece seguir siendo así. Se refleja en el uso occidental de grupos terroristas suníes (y de los oponentes al gobierno iraní, los Muyahidín-e-Khalq, y la organización gemela iraní del Partido de los Trabajadores de Kurdistán) contra Irán, y contra los chiíes en ascenso en el Líbano.
Pero la mitologización de al Qaeda y del “choque de civilizaciones” sirve para legitimar la preparación para la guerra sin fin. En las palabras de un responsable alemán en retiro: “Hemos estado llevando al mundo al borde del abismo, y vamos cayendo en un mar de sangre.”
Todo esto no sólo involucra una reestructuración ideológica. A la siga de EE.UU., Alemania está izando la bandera de la guerra permanente. Lo que sigue servirá para dar una idea de parte de sus detalles.
El tándem alemán-francés
Desde 1966, cuando Francia abandonó la integración militar de la OTAN, Alemania ha sido el socio primordial de Francia, y el tándem francés-alemán fue el núcleo activo que condujo a la Comunidad Económica Europea hacia la Unión Europea. Alemania manejó la tensión entre su estrecha relación con EE.UU. y la que tenía con Francia mediante la división en compartimientos: con Francia, Europa; con EE.UU., la OTAN y la seguridad.
Pero a pesar de los esfuerzos por impedir que se desarrollaran conflictos entre estos dos polos de la política exterior alemana, siempre existió una fuerte tendencia dentro de la clase política alemana de considerar el proceso de la integración europea como tendiente hacia una creciente autonomía de los intereses y políticas europeos de aquellos de EE.UU. EE.UU. no lo veía de otro modo – particularmente desde el fin de la Guerra Fría. Los gobiernos de Bill Clinton y de George H W Bush invirtieron, por lo tanto, mucho capital y astucia políticos para impedir que eso ocurriera. Ambos gobiernos consideraron la relación europea con Rusia como la clave de un proyecto como los nuevos miembros europeos orientales en la UE y en la OTAN, como palanca para asegurar su aborto.
Pero con la crisis de la alianza de 2002-03 – también dependiendo de la perspectiva, del apogeo o el nadir del dúo franco-alemán – EE.UU. logró movilizar no sólo a las elites políticas de los nuevos miembros de la OTAN – y de la UE – de Europa oriental, así como a las de Dinamarca, Holanda y España, contra el espectro de un camino europeo independiente. Fue la revuelta de las elites orientadas hacia EE.UU. de Francia y Alemania – que se expresaron públicamente en una incesante y exhaustiva campaña mediática – lo que selló su suerte. De repente, la relación especial alemana-francesa había perdido gran parte de su prominencia. El horizonte del tipo de integración europea que EE.UU. consideraba una amenaza a su propio rol internacional reveló ser mucho más un espejismo que lo que parecía antes de que fuera puesto a prueba.
La canciller Merkel es la encarnación alemana de esa revuelta. Y Nicolas Sarkozy, el célebre campeón de la derecha colectiva europea, los estadounidenses, y los israelíes, es el presidente francés ideal para convertir el gran proyecto de política exterior de Merkel en una empresa conjunta, que suelda la UE a EE.UU., haciendo que la integración europea sirva al orden internacional occidental dominado por EE.UU. – cueste lo que cueste.
Esto no quiere decir que el anterior presidente francés, Jacques Chirac y sus burocracias exterior y militar hubieran sido capaces de frenar a Merkel. Después de confrontar a EE.UU. sobre el tema de Iraq en 2002-2003, junto con el canciller de aquel entonces, Schroeder, y de haber maniobrado al presidente ruso Vladimir Putin para que adoptara la misma posición, la voluntad política de Chirac se había agotado y habían desaparecido las perspectivas para un camino europeo más independiente en la política internacional. La capacidad de Schroeder para actuar en tándem con Chirac estaba crecientemente circunscrita por su debilidad interna; y EE.UU. recordó enérgicamente al gobierno lo que pasa cuando se trata implacablemente a los intereses franceses. Chirac fue bloqueado, como Schroeder, por la mayoría neoconservadora/neoliberal de las elites, orientada hacia EE.UU.
Después de 2003, las políticas francesas siguieron a Alemania de un modo algo lánguido, en su apoyo a aquellas de EE.UU., en particular en el Oriente Próximo en general – aunque seguían tratando de hacer su propio juego en el Líbano, mientras incitaban a estadounidenses e israelíes contra Siria e Irán. Sin embargo, mientras concedían la partida en Oriente Próximo, Chirac y Schroeder siguieron tratando de crear un marco estable de relaciones con Rusia y China, como base para algo como una región económica común eurasiática. Esta noción ya se ha sumado a las cosas que podrían haber ocurrido, pero no lo hicieron, en la historia.
La elección de la competidora de Sarkozy, Segolene Royal, tampoco habría llevado a una concepción muy diferente de la política exterior francesa. Royal fue formada por Francois Mitterrand, el presidente socialista que había perfeccionado el arte de decorar con gestos izquierdistas un enfoque excesivamente duro, más bien cruel, propio de operaciones clandestinas, en su política extranjera.
De hecho, las diferentes versiones del Partido Socialista francés después de la Segunda Guerra Mundial nunca fueron conocidas por políticas particularmente salubres: de su alianza con la alianza corsa de la heroína en Marsella a su apoyo a las guerras coloniales francesas; de los atentados contra barcos de Greenpeace a la participación en el genocidio ruandés. No hay nada sorprendente, por lo tanto, en que tanto Royal como Sarkozy sean cercanos a una versión francesa particularmente estridente del “intervencionismo humanitario,” basada en la misma especie de guerreros civilizacionistas que dominan el discurso público francés.
La elección como ministro de exteriores de Sarkozy, de Bernard Kouchner, es por lo menos una ofrenda de paz a los socialistas que un indicador de compromisos ideológicos. Kouchner no es sólo uno de los padrinos ideológicos del “intervencionismo antitotalitario, humanitario,” sino también alguien bajo cuyos ojos benevolentes – en su función como administrador de Naciones Unidas – Kosovo adquirió los ingredientes para convertirse en el primer Estado mafioso europeo, casi puro étnicamente. Durante los años ochenta, algunos de sus Médicos del Mundo (que fundó después de separarse de Médicos sin Fronteras) ayudaron en la retaguardia a los muyahidín afganos con algo más que servicios exclusivamente médicos.
Aunque puedan no estar tan mancillados por su ayuda a los estadounidenses (como algunos sospecharon), como otras organizaciones no-gubernamentales, al convertir los campos de refugiados camboyanos en Tailandia en bases para la reconstitución de los khmer rojos como testaferros estadounidenses, su historial, sin embargo, justifica anticipadamente el famoso dictamen de Colin Powell sobre las ONG como “multiplicadores de fuerza” de EE.UU.: los servicios de derechos humanos y médicos para amigos y clientes de EE.UU., ninguno para el lado contrario.
El equipaje ideológico de Sarkozy también incluye al abogado empresarial franco-israelí Arno Klarsfeld, un paladín bastante histérico por los derechos de Israel y la defensa de la civilización occidental, así como a los conocidos cazadores de nazis Serge y Beate Klarsfeld. Se presentó como voluntario en 2002 para servir en el ejército israelí y acompañó como miembro a los guardafronteras israelíes en su violenta conducta en los territorios palestinos. Klarsfeld fue el principal candidato de Sarkozy para dirigir el controvertido nuevo Ministerio para Inmigración e Identidad Nacional – una acción comparable con una propuesta de Bush del líder político derechista israelí, Avigdor Liebermann como jefe del nuevo departamento para hispanos, musulmanes y afro-estadounidenses. Por el momento, sin embargo, Sarkozy parece haber reconsiderado este nombramiento excesivamente provocador.
El filósofo André Glucksmann es ampliamente citado como mentor e inspirador del punto de vista “antitotalitario” de Sarkozy: una de las numerosas encarnaciones menores de la visión de Hannah Arendt sobre la infatuación romántica de la alta burguesía francesa con la grandilocuencia de pillastres ideológicos y las titilaciones de la violencia. Durante los años ochenta mercadeó la guerra nuclear como un antídoto contra la adicción europea a la paz, y para salvar la humanidad – y la civilización occidental – del comunismo. Después del colapso soviético, agitó para que Europa se uniera a toda guerra estadounidense o israelí a su alcance contra los “nuevos Hitler” (Milošević, Sadam Husein, Arafat, Assad, etc.) y los “islamofascistas”, así como por su tipo de políticas morales contra China “totalitaria” y la “recientemente totalitaria” Rusia.
Estas atracciones, sin embargo, no se limitaron a los salones y medios parisinos: Como interlocutor francés preferido en la crítica de la ausencia de fibra marcial en Alemania, mientras se encontraba en ese país, Glucksmann reemplazó brevemente en la televisión “culta” al muy respetado, aunque liberal y moderado, especialista en relaciones alemano-francesas, profesor Alfred Grosser. En 2002, Grosser había cometido el error bastante mortal de criticar, en lugar de defender, el derecho de Israel de hacer lo que le diera la gana en los territorios palestinos. Desapareció de las pantallas alemanas, como sucedió con muchos de los corresponsales alemanes de los medios públicos que no habían calificado a los palestinos de nuevos nazis.
Ya que la mayoría de los principales partidos conservadores europeos (e incluso algunas corrientes socialdemócratas) hacen cada vez más propaganda sobre el tema de la inmigración en términos del “choque de civilizaciones” y el “nuevo antisemitismo,” han estimulado un interesante cambio de orientación en la extrema derecha con todo el potencial para alianzas abiertas (como en Dinamarca e Italia) o tácitas (como en España).
La extrema derecha (Frente Nacional, Vlaams Belang, Liga Norte, Alianza Nacional, Parti van de Vrijheit, etc.) y su nebulosa de escuadras de matones también han estado activas construyendo puentes con Israel, y la derecha sionista inclinada a la violencia, pero controlada, (Likud Europa, Betar, Liga de Defensa Judía, etc.) en la lucha contra “Eurabia.” Uno podría, por lo tanto, preguntarse si Sarkozy no ha ido algo demasiado lejos en su compromiso de luchar contra el “nuevo antisemitismo” y de defender la “identidad nacional” francesa. En vista de los miles de víctimas inmigrantes árabes, asiáticas y africanas mutiladas o muertas de la violencia racial en Europa Occidental durante los últimos 15 años, - casos poco investigados, sobre los que se informa poco, y que llevan a pocos procesos de los culpables en Alemania, así como en Francia – incluso se podría preguntar si el llamado a las armas contra el aumento del antisemitismo no está mal orientado y si Sarkozy y su círculo no hacen doble trabajo como incendiarios y bomberos.
Pero Sarkozy no es sólo un guerrero civilizacional. Él y sus consejeros – los presidentes de los mayores conglomerados mediáticos y del negocio de los seguros – están comprometidos con una reestructuración radical de la distribución del poder entre el patronato y los sindicatos, entre el Estado y la sociedad, entre los trabajadores y la alta burguesía.
Sarkozy se ha mercadeado como el ejecutor enérgico de un consenso que ha buscado un ejecutor durante algo como los últimos 20 años. La deslegitimación de todo un sistema de protecciones sociales con sus fundamentos institucionales ha estado al centro del equivalente de una campaña de guerra psicológica contra la idea de que existe una reivindicación legítima de justicia social. Después de varias falsas partidas, este programa parece haber encontrado en su persona el eco de “patria, familia, trabajo” de la profunda derecha anterior a la Segunda Guerra Mundial, en lugar de “libertad, fraternidad, igualdad.”
Incluso la dirigencia socialista, no consternada de modo alguno por la derrota de Royal – como lo testimonia su bien publicitado suspiro de alivio – se ajusta al espíritu de la situación. La frase del político del Partido Socialista francés, Dominique Strauss-Kahn, “la bandera roja está en el lodo para siempre” hace que no sorprenda que no hayan sido pocos los votantes que hayan sopesado las ventajas de recibir lo inevitable directamente en lugar de que sea a través de arrebatos, sobresaltos y desorientación.
Ni las elites francesas, ni la canciller alemana, ni EE.UU., están de humor para encarar escrúpulos y vacilaciones à la Royal. Sarkozy, al contrario, tiene la intención, la voluntad, la energía, el apoyo de la clase política, así como la concepción de sí mismo como el hombre adecuado para la tarea, para arrastrar a Francia hacia el buen lado estadounidense. Incluso podrá estarse conformando una “noble competencia” entre Merkel y Sarkozy sobre quién va a trabajar más estrechamente con EE.UU., especialmente ya que Merkel está en desventaja. Carga con un socio social demócrata en la coalición que trata de salvar los residuos de la política rusa de Schroeder, bajo presión de la izquierda pacifista, y lo que es más importante, de un nuevo partido izquierdista no sectario que está penetrando su electorado y la membresía del partido.
Dado el hecho de que la mayoría de la clase política y los medios alemanes están produciendo nuevamente una alta fiebre rusófoba, no hay mucha probabilidad de que esos residuos sean rescatables. En cambio, es posible que Alemania se sume si un acontecimiento catalizador suficientemente fuerte inclina las relaciones con Rusia hacia un esfuerzo de lucha libre para terminar con el “problema ruso.” Mientras tanto, los rusos continuarán como si tuvieran un “socio estratégico” en la persona de Merkel, y Merkel seguirá mostrando su descontento con la reacción de Rusia ante las demandas occidentales – y dejará que los dirigentes socialdemócratas se las arreglen con su nostalgia.
Reajuste de Turquía a su papel adecuado
Una de las iniciativas políticas más interesantes del nuevo tándem alemán-francés podría parecer algo secundario pero es, en los hechos, emblemática, al mostrar lo que vendrá: el reemplazo del horizonte de la UE para Turquía por otro más adecuado para un activo estratégico oriental.
Merkel y Sarkozy dirigen ahora en conjunto una coalición al nivel de la UE orientada contra el cumplimiento de la promesa decenal de integrar a Turquía a la UE en cuanto pueda implementar el acquis communautaire (el cuerpo completo del derecho de la UE). Con la elección de Sarkozy las negociaciones de acceso sin limitación no tienen ninguna probabilidad de seguir siendo ilimitadas y con su ayuda Merkel podrá mostrarse más hábil que su lastre socialdemócrata mientras sigue insistiendo en que negocia de buena fe con Turquía.
Para Merkel, Sarkozy y sus guerreros civilizacionales, Turquía no posee una “vocación” europea, por motivos culturales, cristianos, y occidentales. Merkel promete, en su lugar, una “relación especial” y Sarkozy propone auspiciar una “comunidad mediterránea,” anclada en Turquía, Israel y Marruecos, como barrera geopolítica contra inmigrantes africanos, fundamentalistas islámicos, y como una sede adicional para las ambiciones israelíes.
La cuestión, sin embargo, es cómo hacer que Turquía renuncie a sus aspiraciones en la UE y se ajuste a cualesquiera planes que se hagan para su país. Y el problema principal es, de hecho, que los europeanistas más comprometidos de Turquía se encuentran en el partido Justicia y Desarrollo (AKP) moderadamente conservador y moderadamente religioso de centro-derecha, el primer partido gobernante desde la Segunda Guerra Mundial que es relativamente limpio, bastante competente económicamente, que golpea tenazmente al “Estado profundo” inmensamente corrupto y criminal: el conglomerado de políticos, inteligencia militar, escuadros especiales de la policía, y sus legiones de aprovechadores, asesinos y mentecatos, la mafia turca, los Lobos Grises (es decir terroristas de derecha), terratenientes feudales, y empresas asociadas. Este gobierno trata de secar un pantano en el que los servicios de inteligencia alemanes estuvieron sumidos hasta las rodillas desde los días en los que estaban encargados de servir de chaperones de la coordinación de espionaje “Trident” entre los servicios de inteligencia turco, iraní e israelí.
El “Estado profundo” de Turquía ha sido (y, hasta cierto punto, sigue siendo) el entorno que hizo posible, y con Israel, el centro en el Mediterráneo oriental – para la endogamia del espionaje, del negocio de la seguridad, de grupos terroristas de alquiler, y de operaciones mafiosas. Ha producido los híbridos más fuertes, bastante inquietantes, y más lucrativos, entre los tinglados de operaciones ocultas, subversión, asesinatos y secuestros selectivos, y toda la panoplia de la droga, de la protección, de la cosecha de órganos, de investigación y farmacología clandestinas, la emigración, el trabajo esclavo, las armas y la tecnología, la falsificación de dinero, del lavado de dinero. Unidos con el mundo clandestino de Israel, su alcance llega de los países árabes a África, de Rusia y la Confederación de Estados Independientes a Asia occidental y central y, desde luego, a Europa.
Es lo que el gobierno turco – con un fuerte mandato popular – trata de reformar a fin de ajustarse a los requerimientos de membresía en la UE. El AKP está, por buenos motivos, profundamente comprometido con la UE: por sí mismo sería bastante incapaz de hacer funcionar su mandato de saneamiento, no importa la fuerza de su base electoral. Sólo a través de la UE puede incluso llegar a aproximarse a lo más sagrado de lo sagrado: la prerrogativa pretoriana de los militares turcos. Sus defensores – los partidos de los seculares “turcos blancos” (es decir las elites urbanas) – que consideran que las reformas que impone el proceso de acceso a la UE ponen en peligro su propiedad del Estado – son precisamente aquellos en los que Sarkozy y Merkel se basan para descarrilar las perspectivas de Turquía en la UE.
El “Estado profundo” de los turcos blancos ya entra en acción: de una racha de asesinatos prominentes con un manifiesto trasfondo “fundamentalista”, a la amenaza de un golpe de Estado militar, de las manifestaciones con la consigna maliciosa “ni Sharia, ni golpe de estado” (tratando de amancillar al AKP con la brocha fundamentalista), a la colusión entre el presidente en funciones Ahmet Necdet Sezer y la Corte Constitucional (juramentada para mantener la prerrogativas militares) en la provocación de una crisis constitucional para bloquear la elección del popular Ministro de Exteriores Abdullah Gul a la presidencia.
Ya que los principales aliados occidentales de Turquía están decididamente descontentos con los éxitos de la reforma y la creciente seguridad en sí mismo del gobierno del primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan, Merkel y sus cómplices están empeñados en un juego bastante malicioso de deslegitimar las aspiraciones turcas mediante amenazas veladas y humillaciones. No se trata sólo del juego de cambiar los parámetros del objetivo que Turquía tiene que negociar.
Es el tipo de discusión europea coordinada, orientada a coercer al AKP a que pierda las esperanzas, que dice en efecto: “Nos aseguraremos de que se impida la membresía en la UE de Turquía” (sean cuales sean las repercusiones interiores en la comunidad turca de varios millones en Alemania). También hay que considerar la deslegitimización interna del AKP y el reempoderamiento del Estado profundo, representado ahora por el partido Movimiento Nacionalista (MHP) y el partido político más antiguo de Turquía, el Partido Republicano Turco (CHP) que ha servido tan bien la geopolítica occidental.
Para enredar al gobierno turco, el gobierno de EE.UU. y muchos de los medios europeos aclaman la vocación constitucional de los militares turcos de proteger al Estado secular (implicando de nuevo que el AKP desea convertir a Turquía en un Estado Sharia) mientras, al mismo tiempo, políticos europeos hablan del espectro de la amenaza de intervención militar en la política turca como prueba de que Turquía no es adecuada para la UE. Del mismo modo, “altos responsables europeos” difunden antecedentes sobre cómo una campaña militar contra el PKK en Iraq ejercería presión sobre la OTAN y terminaría las negociaciones de acceso de Turquía porque demostraría que el gobierno turco – que se opone a la intervención – no puede controlar a sus militares. Es un montaje pérfido porque EE.UU. e Israel (con apoyo alemán) hacen todo lo que pueden por fortalecer y utilizar la red iraní del PKK para su campaña por encargo contra Teherán.
¿Pero por qué luchan tanto esas fuerzas por terminar con las perspectivas de Turquía en la UE?
La respuesta no está en la obsesión de los nuevos conservadores y de la derecha con la política de identidad occidental o con la nostalgia de la ampliación. A EE.UU. se le negó el uso del territorio turco para atacar a Iraq desde el norte. Además, Turquía insistió en su prerrogativa del Tratado de Montreux de rechazar un escuadrón naval estadounidense permanente en el Mar Negro. Mantiene relaciones políticas bastante distendidas, y económicas de alto crecimiento con sus vecinos, Siria e Irán. Ha sido acusada de dar largas al tema del gasoducto Nabucco diseñado para llevar gas de Asia Central a Europa y para soslayar el sistema de conductos ruso.
En los hechos mantiene excelentes relaciones políticas y económicas con Rusia mientras ha abandonado la actividad de los años ochenta de subvertir las repúblicas centroasiáticas. Además, disgustó a Israel con sus discretos contactos con Hamas y al enfriar el alcance político de la relación militar y de inteligencia (así como sus expectativas de oportunidades de negocios). Y afectó poderosos intereses con un compromiso más serio con Interpol.
En otras palabras, el gobierno del AKP se esfuerza por disminuir el uso de Turquía como plataforma estratégica para todo tipo de delitos, concentrándose con bastante éxito en el comercio regional y en oportunidades de inversión para mantener el crecimiento económico de Turquía – estabilizando así una creciente clase media de “turcos negros.” Este enfoque, sin embargo, dificulta los esfuerzos de EE.UU. por expandir la amenaza estratégica contra Irán. Aún más importante es que limita el acceso estadounidense al Cáucaso y Asia Central y entraba sus planes de llevar a Ucrania, Georgia y Azerbaiján a una relación militar permanente y mucho más amplia.
En suma: aunque es suficientemente prudente como para haberse ajustado al nivel usual de cooperación de los militares turcos con las operaciones occidentales (de EE.UU., Israel, y Alemania) contra sus vecinos, hizo caso omiso a las exigencias de la estrategia global de Occidente. Sus políticos no hicieron nada por contribuir al “gran juego” de convertir el Cáucaso y Asia Central en una palanca contra Rusia y China. Tampoco hizo lo suficiente el gobierno turco por el resultado a corto plazo, es decir, conseguir el control sobre el petróleo y el gas de Asia Central. Todo esto no produjo amigos del gobierno turco en los sitios apropiados. En su lugar, lo preparó para una cierta variante de una operación de cambio de régimen en la que la campaña contra las aspiraciones turcas en la UE jugará un rol esencial.
Aunque se puede contar con que los militares turcos están siempre dispuestos a un golpe de estado, podría ser difícil hacerlo esta vez sin un nivel inoportuno de violencia (chilenización) ya que el AKP ganó las elecciones de modo resonante. Existen otras opciones que podrían dar lecciones a las fuerzas de la reforma turca sobre líneas rojas y extralimitación. Un breve paseo por el mundo de los recuerdos podría ilustrar lo que es posible.
Una de las más exitosas – y más “ocultas” – de las “operaciones negras” estadounidenses-británicas contra un país occidental, pero neutral, fue realizada en la primera mitad de los años ochenta. En el año 2000, ningún otro que el secretario de defensa de Ronald Reagan, Caspar Weinberger, la desclasificó en una entrevista con la televisión sueca, en el contexto de una investigación del affaire de los “submarinos soviéticos.”
El primer ministro sueco de aquel entonces, Olaf Palme, era una verdadera espina en el costado de Occidente. Aparte de su apoyo al Congreso Nacional Africano y a la Organización por la Liberación de Palestina, era muy vocal en su crítica a las políticas crecientemente peligrosas de confrontación de EE.UU. hacia la Unión Soviética. Su posición gozó de amplio apoyo en la población sueca. Eso cambió de modo bastante dramático con el frenesí a escala mundial sobre la “agresión soviética contra Suecia neutral”, cuando aguas territoriales suecas fueron repetidamente “violadas por submarinos soviéticos” y por desembarcos de “fuerzas especiales soviéticas” en la costa sueca. Esas “incursiones” se detuvieron con el asesinato aún no resuelto de Palme en 1986, a pesar de dos intentos fallidos de condenar a un hombre llamado Christer Pettersson por el crimen.
Con una risa burlona satisfecha, Weinberger confirmó que no hubo nada soviético en la violación de las aguas territoriales suecas (los soviéticos “no tenían la capacidad”). En su lugar hubo, ejercicios de rutina “entre la marina sueca y las armadas estadounidense y británica y ya que eran de rutina, el almirante sueco responsable obviamente no vio necesidad de informar a sus superiores o a sus subordinados sobre la naturaleza del “enemigo,”
No fue, en los hechos, un “cambio de régimen” total, sino una operación conjunta de EE.UU. y Gran Bretaña junto con los jefazos de la armada sueca y la inteligencia sueca, conducida contra la política exterior del gobierno sueco. Ya que Suecia ha sido bastante cuidadosa de no cuestionar las políticas estadounidenses – tal vez con la excepción de la muy popular ministra de exteriores Anna Lindh, candidata a ser la siguiente primer ministro. Fue muerta a puñaladas en 2003 por un joven inmigrante enfermo mental.
En esos días, semejantes operaciones llevaron al mundo al borde de la guerra nuclear. Los soviéticos lo vieron comprensiblemente como un indicador crucial de que EE.UU. estaba preparando a sus aliados, y combatiendo a un poderoso movimiento por la paz, para el ataque nuclear preventivo contra la “cada vez más agresiva” y “osada” Unión Soviética.
Una variante actual de una operación semejante, aunque es seguro que tendrá sus propios contragolpes, ciertamente no involucraría ese tipo de riesgo. También tendría en cuenta que los militares y los servicios de inteligencia turcos no son tan monolíticos como solían ser: hay una especie de reacción nacionalista ante el fácil desdén con el que se les daba por seguros. Pero cambiaría definitivamente el horizonte político de Turquía: una política sometida a una “estrategia de tensión” permanente, resistiendo a las aspiraciones democráticas con el poder del Estado profundo. Y desde una cierta perspectiva, es un resultado eminentemente deseable. Convertiría a Turquía en el receptor agradecido de la idea de Sarkozy de una comunidad mediterránea y de la noción de Merkel de una relación especial.
Expertos pesimistas
Podría haber lugar, por supuesto, para un debate de buena fe sobre la implementación del acervo comunitario por parte de Turquía. Es de lo que trataba el proceso de negociación. Es emponzoñado, sin embargo, por la mala fe que caracteriza a la actitud de Merkel y Sarkozy hacia Turquía.
La decadencia de la diplomacia responsable hacia un aliado y el aumento de la demagogia culturalista son síntomas de algo que se podría calificar de una “transición proto-totalitaria” que tiene lugar bajo la guisa de la “guerra contra el terror.” Es dirigida por la decadencia de la responsabilidad y de la pronosticabilidad de la conducción de la política exterior estadounidense. Por lo tanto, para más de unos pocos diplomáticos alemanes – aquellos cuya carrera se inició bajo el antiguo canciller Helmut Schmidt o bajo el ministro de exteriores Hans-Dietrich Genscher, y aquellos planificadores militares que siguen recordando la alarma de guerra de la primera mitad de los años ochenta – no se ve el fin de los problemas.
La incapacidad estadounidense de lograr un entorno internacional más estable, la combinación de la militancia y de la sobre-extensión, ofrecen los términos de referencia para la lobreguez de esos expertos. Por cierto no son corazones que sangran por la paz a todo precio ni son disidentes encerrados en su closet. Tienen una propensión arraigada de ver el mundo como el escenario de “ellos contra nosotros.” Vienen de familias de empleados públicos, académicos, y oficiales militares que son capaces de ver la diferencia entre los mundos “arriba” y “abajo” de la política internacional. En otras palabras, son tan sólidamente “occidentales” o “atlánticos” como se pueda desear. Y también constituyen la primera generación de burócratas alemanes mayores que se han sentido profundamente cómodos con la ausencia de grandes ambiciones de poder y con el papel alemán como un poder civil.
Su enfoque y su reflejo de la experiencia colectiva de Alemania los hacen valorar la estabilidad; por lo menos en la medida de que cualquier contragolpe resultante del uso de la fuerza debiera ser menor que la amenaza que ha sido contrarrestada. Esto, desde luego, puede ser interpretado de modo liberal y no ofrece gran cosa en cuando al manejo de la falta de pronosticabilidad. Pero la prudencia, el escepticismo, y un sentido de auto-limitación a toda prueba crearon los hábitos para navegar en la estela de las políticas de EE.UU. e Israel.
Estos expertos no escriben ensayos, no comparten sus preocupaciones en reuniones de equipo, incluso podrían ni siquiera comunicarlas en ambientes más formales. Sin embargo, la desazón es palpable y son los jubilados los que la expresan, con diferente énfasis y diferentes grados de franqueza. Son hombres como Schmidt, con su reputación de atlanticista que no se anda con rodeos; el ex ministro conservador de defensa, Volker Ruhe; el jefe retirado del equipo de planificación bajo Ruhe, vicealmirante Ulrich Weisser; el ex portavoz de política exterior del grupo parlamentario conservador, Karl Lamers.
Conocen bien a la nueva cosecha de sus homólogos estadounidenses que preparan, controlan o ejecutan con arrogancia las políticas estadounidenses y con la configuración por defecto propensa a la confrontación de la formación de la política exterior estadounidense.
Para una buena cantidad de esos expertos, sin embargo, la indicación más preocupante de que EE.UU. está decidido de arrastrar al mundo a una pesadilla de continua y caótica violencia, es doble: la huida o despido de experimentados profesionales conservadores de la rama ejecutiva del gobierno y la glorificación irrestricta, extrañamente exhibicionista, por parte de numerosos políticos estadounidenses de la capacidad de infligir una violencia desenfrenada.
Se podría agregar una tercera indicación, relevante especialmente para diplomáticos que sirvieron en Oriente Próximo, o para los clasicistas: el saqueo generalizado y la destrucción de 5.000 años de antigüedades mesopotámicas, juzgados a la par con la erradicación española de todos los registros escritos de las civilizaciones mesoamericanas así como del patrimonio cultural de todas las culturas indias a su alcance; y otra que también está al mismo nivel con la quemazón británica de 3.000 años de libros, registros históricos y documentos chinos durante la Segunda Guerra del Opio. Esta barbárica falta de respeto por uno de los patrimonios más importantes de la humanidad dice mucho sobre la mentalidad que quedó al descubierto en esta guerra.
Existe la conciencia de que los obstáculos institucionales han sido deshabilitados y con ellos su valor para las carreras en cuanto a un sentido saludable de la necesidad de emplear cuidadosamente el poder de EE.UU. – de reconocer sus limitaciones ejecutivas, legales y políticas. Pero desde los años setenta, una paciente construcción de alianzas de aventureros ideológicos, miembros de los think tanks y periodistas, se ha desarrollado sigilosamente a través de las instituciones, utilizando y siendo utilizada, combinando las fantasías de redención, venganza, saqueo, y control sobre el mundo, en un programa de acción para emplear el poder estadounidense.
El estilo deja traslucir el carácter. Ya que las ambiciones de esos ideólogos son mucho mayores que su educación, se lisonjean hasta llegar a creer que son los Nuevos Romanos, que escriben la historia en una escala aún mayor que
Tito Livio, y su vanidad espera lograr temor reverencial, no razón. Pero están escenificando la versión grand guignol del imperio cuyos puntos de referencia podrían ser Salustio, Petronio o Procopio, que criticaron severamente, o ridiculizaron, o se desesperaron ante la corrupción y las pretensiones de su personal.
Es la notable falta de decoro, la puesta en escena intencional de un lenguaje de matones, rico en amenazas e insultos, la enconosa hipocresía, la exhibición ligeramente desquiciada de mala fe en lugar de diplomacia y persuasión, lo que ha convencido incluso a algunos de los optimistas que pensaban que podría tratarse “sólo un período de mala suerte,” de que los días malos han llegado para quedarse.
El temor tras gran parte de la intranquilidad tiene que ver, desde luego, con recuerdos de lo que sucede cuando los resentimientos y los sueños de omnipotencia de una clase política son secuestrados por los que prometen satisfacerlos en una escala histórica.
Durante la Guerra Fría, hubo siempre un sector demente, aunque bien conectado, que gravitó hacia políticas estratégicas estadounidense: por ejemplo: Edward Teller con su noción de rescatar la parte “valiosa” muy pequeña de la humanidad en las profundidades de las minas a fin de volver a replantar el mundo después de una guerra nuclear; Sidney Hook con su convicción de que la creencia occidental en lo trascendental le otorgaba la ventaja crucial de la guerra nuclear por sobre los comunistas que sólo creían en aquí y ahora; los psicópatas dentro de la CIA, como Sidney Gottlieb quien dirigió el programa MKULTRA de control de la mente de la agencia, o el jefe de la contrainteligencia James Jesus Angleton; y los numerosos
milenaristas en la Casa Blanca, los militares, en el Congreso, y en think-tanks, que se proponían una resolución apocalíptica para las incertidumbres aparentemente interminables de la Guerra Fría. Pero al fin, mentes más sabias prevalecieron – aunque apenas.
No duró. La clase política estadounidense parece haber sacado todas las conclusiones falsas del fin de la Guerra Fría y el desmembramiento de la Unión Soviética. Su cómodo paseo hacia la hegemonía global permanente simplemente no sobrevino. Por lo tanto, la frustración y el ansia de venganza se han convertido en los principales impulsos de las políticas de EE.UU. Los eventos del 11-S pusieron en la mira su disfuncionalidad común, pero no constituyen su causa de fondo.
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Parte 2: Maquinaria rota: Fuerzas que se oponen o incluso parecen cuestionar los intereses de EE.UU. enfrentan una simple alternativa: “Nosotros o el caos.”
Axel Brot es el seudónimo de un analista de defensa y ex responsable de los servicios de inteligencia alemán.
http://www.informationclearinghouse.info/article19491.htm

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