Para los anales de la Historia
La paz de Bush o la obsesión por la mentira
Eduardo Montes de Oca
¿Cómo puede un hombre de guerra persuadir de que es un hombre de paz? ¿Cómo, si en toda su gira por el Oriente Medio ha estado sumido en una auténtica escalada de discurso belicista contra Irán, George W. Bush va a tratar de convencer a alguien de pensamiento avisado y sensibilidad despierta sobre el supuesto objetivo de solucionar el conflicto israelo-palestino?
¡Qué casualidad! Como afirma un conocido analista, el señor presidente de los Estados Unidos ha esperado hasta el 2008, a menos de un año de que expire su segundo mandato, para darse cuenta de la necesidad imperiosa de un Estado palestino, respecto al cual se comprometió desde su primera elección. ¿Es que acaso Bush y sus asesores no se habrán percatado de que durante todo este tiempo la situación se ha deteriorado hasta límites inaguantables? ¿Una prueba? El 20 por ciento de la población palestina ha pasado en algún momento de su vida por una cárcel israelí, porcentaje que se eleva a 40 entre los varones, según un estudio de la ONG de Derechos humanos Addamer. Desde 1967, más de 650 mil palestinos han sufrido la experiencia de la detención.
Esto, sin contar las muertes repetidas. El pasado día 16, la Autoridad Nacional Palestina declaró tres días de duelo y un paro general por la muerte de 19 personas a manos del ejército hebreo en la franja de Gaza. Una masacre inocultable, George Bush. Inocultable.
Vamos, ¿quién puede soslayar que, mientras israelíes y palestinos se enzarzaban en una espiral de violencia, la Casa Blanca se ocupaba en planes destinados a acabar con un a menudo supuesto terrorismo islamista, en Afganistán, Paquistán, Iraq, Irán…? ¿Y que Washington, que en la mayoría de los casos apostaba a la intervención de ejércitos occidentales para una pretendida democratización de la zona, dejaba cabalgar al jinete apocalíptico de la guerra allá en Palestina, donde no se inmiscuía, como haciendo el tonto, el despistado? El despistado Bush con Palestina. Solo con Palestina.
¿Verdaderamente George Walker Bush no habrá reparado en que las autoridades de Tel Aviv aprovecharon al máximo las tensiones del 11 de Septiembre para endurecer su postura, luchando sin tregua por dinamitar las estructuras creadas por la Autoridad Nacional Palestina de Yasser Arafat? Y de hecho lo consiguieron. Recordemos las desavenencias interpalestinas, tras la desaparición física del líder histórico y la victoria de los radicales de Hamas frente al laico y también nacionalista Al Fatah, en las elecciones generales celebradas en enero de 2006. Los propósitos de barrer con los radicales islámicos desembocaron en la división de los territorios palestinos. Desde el pasado mes de mayo, Hamas gobierna en solitario en la Franja de Gaza, en tanto que las fuerzas de Al Fatah fieles al presidente Mahmud Abbas controlan Cisjordania.
Ah, caramba, es entonces cuando el intrépido cowboy apellidado Bush convoca a la Conferencia de Annapolis, apurado en resolver el entuerto, la crisis. Pero para diversos analistas esta reciente cita no fue más que una farsa. Porque ¿para qué hará falta otra inauguración, rimbombante, de un proceso de paz, o sea la apertura de otro camino de negociación, después del abierto por la Conferencia de Madrid, en 1991?
Además, en Annapolis el primer ministro israelí, Ehud Olmert subrayó sin rubor alguno que no se someterá a ningún calendario ni fecha límite de conclusión para una solución permanente. Allí se transparentó que la visión de Bush, tan ensalzada por gente de entendederas y piernas débiles, no pasó de malvender los derechos de los palestinos, a cambio de la eliminación del supuesto terrorismo interno. Del radicalismo de Hamas, agrupación que, por cierto, no ha claudicado en la defensa de la dignidad de un pueblo que nunca ha arriado sus banderas.
¿Cómo diablos hablar de un Estado, el palestino, que, negando la propia condición de Estado, no estaría definido territorialmente por las fronteras anteriores a junio de 1967? ¿Un Estado que no implicaría el regreso de los millones de refugiados desde 1948, ni el desmantelamiento de los asentamientos israelíes? ¿Cómo rayos mencionar siquiera la posibilidad de un Estado que no ejercería jurisdicción sobre la Jerusalén árabe, por ejemplo? Difícil de tragar el bulo, ¿no? Pero este mismo bulo es el que retoma ahora el presidente George W. Bush, en su gira por el Oriente Medio, cuando se refiere a la búsqueda de la paz israelo-palestina, aguantando impertérrito cosas como el rechazo rotundo por los israelíes de la exigencia de congelar totalmente la creación de asentamientos de colonos judíos en la ocupada Palestina.
En fin, en nuestro criterio Washington y Tel Aviv continuarán tratando de destruir la resistencia palestina, con el recurso de la división de bases de esta como Hamas y Al Fatah, y bregando por que el mundo
Eduardo Montes de Oca
¿Cómo puede un hombre de guerra persuadir de que es un hombre de paz? ¿Cómo, si en toda su gira por el Oriente Medio ha estado sumido en una auténtica escalada de discurso belicista contra Irán, George W. Bush va a tratar de convencer a alguien de pensamiento avisado y sensibilidad despierta sobre el supuesto objetivo de solucionar el conflicto israelo-palestino?
¡Qué casualidad! Como afirma un conocido analista, el señor presidente de los Estados Unidos ha esperado hasta el 2008, a menos de un año de que expire su segundo mandato, para darse cuenta de la necesidad imperiosa de un Estado palestino, respecto al cual se comprometió desde su primera elección. ¿Es que acaso Bush y sus asesores no se habrán percatado de que durante todo este tiempo la situación se ha deteriorado hasta límites inaguantables? ¿Una prueba? El 20 por ciento de la población palestina ha pasado en algún momento de su vida por una cárcel israelí, porcentaje que se eleva a 40 entre los varones, según un estudio de la ONG de Derechos humanos Addamer. Desde 1967, más de 650 mil palestinos han sufrido la experiencia de la detención.
Esto, sin contar las muertes repetidas. El pasado día 16, la Autoridad Nacional Palestina declaró tres días de duelo y un paro general por la muerte de 19 personas a manos del ejército hebreo en la franja de Gaza. Una masacre inocultable, George Bush. Inocultable.
Vamos, ¿quién puede soslayar que, mientras israelíes y palestinos se enzarzaban en una espiral de violencia, la Casa Blanca se ocupaba en planes destinados a acabar con un a menudo supuesto terrorismo islamista, en Afganistán, Paquistán, Iraq, Irán…? ¿Y que Washington, que en la mayoría de los casos apostaba a la intervención de ejércitos occidentales para una pretendida democratización de la zona, dejaba cabalgar al jinete apocalíptico de la guerra allá en Palestina, donde no se inmiscuía, como haciendo el tonto, el despistado? El despistado Bush con Palestina. Solo con Palestina.
¿Verdaderamente George Walker Bush no habrá reparado en que las autoridades de Tel Aviv aprovecharon al máximo las tensiones del 11 de Septiembre para endurecer su postura, luchando sin tregua por dinamitar las estructuras creadas por la Autoridad Nacional Palestina de Yasser Arafat? Y de hecho lo consiguieron. Recordemos las desavenencias interpalestinas, tras la desaparición física del líder histórico y la victoria de los radicales de Hamas frente al laico y también nacionalista Al Fatah, en las elecciones generales celebradas en enero de 2006. Los propósitos de barrer con los radicales islámicos desembocaron en la división de los territorios palestinos. Desde el pasado mes de mayo, Hamas gobierna en solitario en la Franja de Gaza, en tanto que las fuerzas de Al Fatah fieles al presidente Mahmud Abbas controlan Cisjordania.
Ah, caramba, es entonces cuando el intrépido cowboy apellidado Bush convoca a la Conferencia de Annapolis, apurado en resolver el entuerto, la crisis. Pero para diversos analistas esta reciente cita no fue más que una farsa. Porque ¿para qué hará falta otra inauguración, rimbombante, de un proceso de paz, o sea la apertura de otro camino de negociación, después del abierto por la Conferencia de Madrid, en 1991?
Además, en Annapolis el primer ministro israelí, Ehud Olmert subrayó sin rubor alguno que no se someterá a ningún calendario ni fecha límite de conclusión para una solución permanente. Allí se transparentó que la visión de Bush, tan ensalzada por gente de entendederas y piernas débiles, no pasó de malvender los derechos de los palestinos, a cambio de la eliminación del supuesto terrorismo interno. Del radicalismo de Hamas, agrupación que, por cierto, no ha claudicado en la defensa de la dignidad de un pueblo que nunca ha arriado sus banderas.
¿Cómo diablos hablar de un Estado, el palestino, que, negando la propia condición de Estado, no estaría definido territorialmente por las fronteras anteriores a junio de 1967? ¿Un Estado que no implicaría el regreso de los millones de refugiados desde 1948, ni el desmantelamiento de los asentamientos israelíes? ¿Cómo rayos mencionar siquiera la posibilidad de un Estado que no ejercería jurisdicción sobre la Jerusalén árabe, por ejemplo? Difícil de tragar el bulo, ¿no? Pero este mismo bulo es el que retoma ahora el presidente George W. Bush, en su gira por el Oriente Medio, cuando se refiere a la búsqueda de la paz israelo-palestina, aguantando impertérrito cosas como el rechazo rotundo por los israelíes de la exigencia de congelar totalmente la creación de asentamientos de colonos judíos en la ocupada Palestina.
En fin, en nuestro criterio Washington y Tel Aviv continuarán tratando de destruir la resistencia palestina, con el recurso de la división de bases de esta como Hamas y Al Fatah, y bregando por que el mundo
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