La aldea de los Bin Laden les odia
En Al Rabat Ba Ashen la gente se resiste a hablar de Al Qaeda o de su fundador - La aldea refleja el Yemen rural y pobre en el que los terroristas logran apoyos
Á. ESPINOSA (ENVIADA ESPECIAL) - Al Rabat Ba Ashen -
Los habitantes de Al Rabat Ba Ashen apenas ocultan su fastidio por la indeseada publicidad que les da ser el lugar de origen de la familia Bin Laden. El último de los parientes del notorio terrorista se fue del pueblo hace 40 años. "No hemos vuelto a saber de ellos", aseguran varios entrevistados marcando distancias. "No conocemos a Osama ni tenemos nada que ver con su Al Qaeda", dicen molestos. Sin embargo, aquí, como en otras localidades de la provincia del Hadramaut, se descubren algunas de las claves que ayudan a comprender por qué los radicales islamistas encuentran apoyos en Yemen.
Al Rabat Ba Ashen está a tres horas en coche de Seiyun, el aeropuerto más cercano y la sola vía de acceso para los extranjeros, a los que el Gobierno ha vetado la mayoría de las carreteras del país debido a la amenaza de Al Qaeda. En el camino, cinco controles policiales sólo franquean el paso gracias a un salvoconducto del Ministerio del Interior y al agente armado que sirve de escolta. Las autoridades no quieren más problemas. Desde el verano de 2007, cuando ocho españoles fueron asesinados en Maareb, varios atentados han espantado a los turistas secando una muy necesaria fuente de ingresos. Además, la rama local de la organización terrorista, Al Qaeda en la Península Arábiga (reconstituida hace apenas un año), ha prometido vengar la creciente presión que, a instancias de EE UU, las fuerzas de seguridad ejercen sobre ella.
Por el camino, el paisaje es tan espectacular como áspero. El mar de arena que ocupa la mayor parte del antiguo reino de Hadramaut se quiebra como si los dedos de una mano gigantesca lo hubieran arañado y su contacto hubiese fertilizado la tierra. Alimentados por las aguas subterráneas de lo suadis (ríos estacionales), surgen palmerales y parches de tierra cultivable. Al igual que el rosario de aldeas que jalonan el cauce seco del Doan, desde la distancia de la carretera, Al Rabat parece un pueblo de cuento. Sólo al acercarse se descubre que tras la primorosa decoración de sus edificios de adobe se esconden las enormes carencias del medio rural yemení.
El asfalto desaparece antes de entrar en el pueblo. Luego hay que sortear el uadi para llegar hasta las primeras viviendas. A la derecha, por un camino de piedras y arena, se llega a la antigua casa familiar de los Bin Laden. El edificio de tres plantas no se distingue del resto. Construido según la arquitectura tradicional de la zona, sirvió de escuela durante algunos años. Ahora, los desconchones del revoco de yeso y los cristales rotos revelan su abandono. Sin embargo, en la parte de atrás, una puerta abierta conduce por una empinada escalera hasta la oficina municipal de aguas.
"El jeque Abdalá, un tío de Osama, construyó la conducción de agua en 1964", explica Mahmud Mohamed, un maestro del pueblo, mientras señala el retrato que le recuerda. "Su padre, Mohamed, salió de aquí en los años cuarenta. Él nació ya en Arabia Saudí y nunca ha venido por aquí", añade para satisfacer la curiosidad de la periodista y ante el silencio de los dos funcionarios presentes. Este hombre simpático y parlanchín está mucho más interesado en hablar de fútbol que de la famosa saga familiar. Mahmud no se decide entre el Real Madrid o el Barcelona, pero el asunto aviva la conversación y anima a participar a Ibrahim, que claramente se inclina por el segundo.
Como sucede hasta en los rincones más depauperados del mundo, los niños pueden andar descalzos y las casas no tener muebles, pero en ninguna falta un televisor. Los hombres se quejan de lo cara que pagan la electricidad -varias veces más que en la capital- porque se la provee una empresa privada en vez del Estado. Aunque aseguran que están contentos en su tierra, la falta de trabajo obliga a los jóvenes a emigrar a Saná o a Hodeida, y deja a los más de 800 chavales de la escuela local sin perspectivas de futuro. La comarca vive de la agricultura de subsistencia, pero la sequía y las enfermedades de las palmeras amenazan la cosecha de dátiles.
A pesar de lo idílico del paisaje, Al Rabat es otra aldea miserable olvidada del Gobierno central. La basura inunda las calles sin pavimentar. No hay un sistema de recogida de aguas residuales. Un motor a gasóleo impulsa el agua del pozo que financió Abdalá Bin Laden a través de unos tubos que zigzaguean a la vista entre las casas encaramadas en la ladera de la colina. Frente a la nueva escuela, un par de tiendas de ultramarinos y una de móviles constituyen todo el comercio para cerca de 5.000 habitantes. Sentados a sus puertas hay varios jóvenes ociosos. Un par de mujeres completamente cubiertas de negro se paran y miran con curiosidad a la extranjera.
-¡Salam aleykum!
-¡Aleykum salam!, responde la más atrevida antes de desaparecer tras un recodo.
A la entrada de la mezquita, una anciana en cuclillas se afana en la imposible misión de barrer la arena. Al oír voces se ajusta el velo sobre la cara. Es infrecuente la presencia de forasteros y a partir de mediodía la gente se encierra en casa para evitar el calor, considerable incluso en estos días de invierno.
A pesar de la hora y de lo inesperado de la visita, el mujtar, Hasan Mohamed Ba Dugheil, nos recibe, más por sentido del deber que por la tradicional hospitalidad yemení. Elmujtar, una especie de alcalde designado, representa a la autoridad central.
"La gente de Al Rabat no conoce a Osama Bin Laden o a su padre", responde cuando se le inquiere por los problemas que aquejan a su comunidad. Recela de que el objetivo sea llevarle a admitir que las dificultades alientan el extremismo y la radicalización. "Su tío Abdalá construyó el sistema de agua, pero se fue después de la revolución. No hemos vuelto a saber nada de ellos", subraya. La revolución aquí significa la expulsión de los británicos en 1967 y la creación de la República Democrática de Yemen (marxista), a la que esta provincia perteneció hasta la unificación con Yemen del Norte en 1990.
Ba Dugheil afirma que las cosas han mejorado desde entonces. "Ahora hay libertad de expresión, de movimiento, de propiedad...", señala. ¿Y que problemas tienen? "Ninguno", responde imperturbable. No obstante, cuando se le pregunta qué tres cosas desearía para su comunidad menciona "seguridad, unidad y desarrollo", el lema oficial de la unificación. ¿Es un lugar inseguro? "En absoluto, es 100% seguro", afirma sin apreciar la contradicción. ¿Y el desarrollo? "Todo está bien", concluye negando cualquier conexión entre las condiciones de vida de su gente y el avance del extremismo islamista.
Abdalá, un vecino que se dedica a la apicultura -"la del Hadramaut es la mejor miel del mundo", asegura-, se muestra más preocupado. Teme que el contraste entre la falta de perspectivas de futuro y las imágenes del mundo exterior que se filtran por las pantallas de televisión, empujen a los jóvenes hacia las ideologías extremistas. "Debido a los atentados ya no vienen extranjeros", constata. Antes, algunos de quienes visitaban Shibam se acercaban hasta el uadi, compraban miel e incluso se quedaban en un par pensiones que hay en el vecino Horeiba. "Las cosas mejorarán, inshaallah ", señala este hombre que tiene a gala su origen beduino.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Sus aportes son importantes. Gracias