Afinales de la pasada década de los noventa, algunos medios de prensa occidentales publicaron una de esas noticias que a priori parecen estrambóticas. El jeque Abdel Aziz bin Abdulah bin Baz, ciego y uno de los clérigos más reputados e influyentes de Arabia Saudí, había publicado una fetua en la que declaraba ateos a aquellos que negaran que la tierra era plana. A punto de concluir el siglo XX, el edicto del jeque no hubiera sido más que un ejercicio de ignorancia de no ser porque Bin Baz era, en aquel tiempo, la segunda máxima autoridad religiosa de Arabia Saudí, después del rey Fahd, custodio de los dos lugares santos. Como Gran Muftí de la ciudad sacra de La Meca, su influencia entre los creyentes suníes del orbe era colosal. Millones de ellos escuchaban con fervor su discurso anual durante la celebración del Hach, la peregrinación ritual que todo musulmán debe realizar al menos una vez en la vida si su salud y su patrimonio se lo permite. Y sus convicciones, extremadamente firmes. La Casa Real saudí se vio obligada a enviar al espacio a uno de sus príncipes para persuadir al jeque de su error. Bin Baz multiplicaría su fama en los años siguientes con otra serie de estrafalarias fetuas, de las que se hizo eco la prensa mundial. Lo que entonces apenas se contó es que ese anciano ciego y en apariencialoco, asiduo del círculo privado de la estirpe Ibn Saud, fue en realidad el alma máter de la yihad en Asia Central y el padre ideológico, en última instancia, del terrorismo de raíz islámica.
Bin Baz nació en Riad en 1910 en el seno de una familia muy religiosa. Ciego a la edad de catorce años, vivió en primera personael proceso de creación de Arabia Saudí junto a los herederos de Muhamad ibn al Wahab, quienes descubrieron su peculiar talento.
En especial el jeque Muhamad ibn Ibrahim al Sheij, Gran Muftí deLa Meca, bajo cuya tutela sirvió durante una década. Experto en jurisprudencia, Hadiz y recitación de El Corán, su carrera fue un progresivo descenso hacia la intransigencia a través de la radicalización de las teorías de sus antepasados. (...)
No le faltaron ni medios ni dinero. Como presidente del Consejo Fundador de la Liga Mundial Musulmana, rector del Comité Supremo de Propagación del Islam y director del Consejo Superior de Mezquitas del Mundo, su voz se oyó en foros musulmanes internacionales. La guerra del Yom Kipur y la crisis del mercado del petróleo llenaron de petrodólares las arcas de estas agencias. Los citados comités, así como otras muchas organizaciones, aún están financiados directamente por el régimen saudí, a cargo de los presupuestos generales del Estado. Bin Baz manejaba, además, las inmensas fortunas anuales que aportaban a su lucha las asociaciones caritativas y los ingentes ingresos provenientes de la zakat, la limosna obligada de los musulmanes. En 1979, los principales beneficiarios de esos fondos eran las mezquitas y madrasas de Afganistán y Pakistán. Se calcula que desde esa fecha han fluido hacia ambos países, desde el corazón de la península Arábiga, más de 70.000 millones de petrodólares para la construcción, equipamiento y mantenimiento de escuelas y templos, la mayoría deobandis.
Un tanto por ciento muy elevado ha servido también para la compraventa de armas. El primer brazo ejecutor de la ambición misionera de Bin Baz fue el jeque Abdulá Azzam. Nacido en Yenín en 1941, el activista palestino cayó en la redes del extremismo, como otros muchos compatriotas, tras la humillante derrota árabe en la guerra de los Seis Días de 1967. Decepcionado con el cariz laico que Yaser Arafat imprimió a la resistencia palestina, Azzam conoció el wahabismo primero en la Universidad de Damasco, en donde estudió la sharia y, después, en un campo de refugiados palestinos de Jordania, financiado por la Fundación de los descendientes de Ibn al-Wahab, donde impartía clases. Desde allí, y gracias a una beca concedida por la citada organización, viajó a El Cairo, donde se empapó de la ideología de los Hermanos Musulmanes y entabló amistad con el círculo íntimo de Sayed al Qutb. Su penúltimo viaje fue a Yeda. Perseguido por el Gobierno egipcio, en 1975 desembarcó en la ciudad del mar Rojo, donde conoció a Bin Baz y dictó clases de sharia, junto a Muhamad al Qutb, hermano del ejecutado Sayed, en la Universidad Rey Abdul Aziz. Su paso por Yeda le convirtió en uno de los apóstoles de la nueva yihad. En 1979 publicó una fetua titulada «La Defensa de la Tierra Islámica», considerada pilar fundacional del yihadismo contemporáneo. En ella, el clérigo palestino declaraba lícita y obligatoria para todo musulmán la guerra santa contra los rusos en Afganistán y los israelíes en Palestina. Además, predicó con el ejemplo. Azzam fue uno de los primeros misioneros wahabíes que partieron rumbo a Pakistán; en principio, como profesor visitante en la Universidad Internacional de Islamabad, y después como imán de una modesta mezquita en Peshawar. En la barriada norte de esta ciudad fundó una organización clave para la propagación del yihadismo a escala mundial: Bait al Ansar (La casa del hombre que dio cobijo a Mahoma tras su huida de La Meca), cuya principal función era hospedar y asistir a los musulmanes que llegaban a Pakistán para sumarse al combate. Documentos de los Servicios Secretos pakistaníes (ISI) relatan que Azzam recibía a los futuros muyahidin con un plato de dátiles, un cuenco de leche y un mullido jergón. Velaba su descanso y después los invitaba a compartir la oración en la mezquita. Al calor de El Corán, los interrogaba sobres sus intenciones. Tras varios días de convivencia, el ritual culminaba con su frase favorita de despedida: «Yihad y el rifle de asalto únicamente. Sin diálogo, sin reuniones, sin negociación». (...)
A la vera de Abdulah Azzam crecerían dos islamistas muy distintos que años después se imbricarían para formar la que en muchos círculos se considera «la más célebre pareja del mal». Un idealista multimillonario saudí víctima de la religión y de sus propios complejos y un médico egipcio expulsado de su país por su bagaje subversivo. Osama bin Laden creció en un ambiente palaciego, pero nunca llegó a mezclarse con la fastuosa corte saudí. Nacido en 1957 en Arabia Saudí, se crió como un extraño en la populosa familia de su progenitor. Hijo de una mujer siria de ascendencia alawí -linaje con raíces chiíes-, se educó en una escuela religiosa de la ciudad de Yeda, a escasos noventa kilómetros de La Meca. (...)
Bin Laden fue reclutado en Yeda por una de las organizaciones de Bin Baz y enviado a Pakistán, donde abriría el camino a su maestro, pese a no ser uno de los alumnos más brillantes. Charles Allen, historiador británico, opina que las estrechas relaciones entre la familia Bin Laden y la estirpe de los Ibn Saud, unido al deseo de la casa real saudí de mostrar su compromiso con la defensa del islam en Asia Central, fueron determinantes. En su libro God´s terrorists, este escritor define a Osama bin Laden como «el embajador no oficial» de Arabia Saudí. Una especie de agente secreto, de ariete enviado por el propio Bin Baz para organizar el nuevo desembarco wahabí en las tierras amigas de Pakistán y Afganistán. (...)
La tercera hoja del trébol que alumbró la yihad internacional fue Ayman al Zawahri, médico de profesión que ejerció como cerebro gris en la Yihad Islamiya, uno de los grupos fanáticos más sanguinarios de Egipto. Si Abdulah Azzam fue el padrino ideológico y Bin Laden el más eficaz gestor y logista, Al Zawahri fue el factótum que concibió la incipiente organización como un árbol extenso y frondoso, plagado de innumerables ramificaciones. Numerosos autores le atribuyen la vanguardista idea de transformar la lucha armada en un sentimiento que se inoculara en las conciencias más débiles, en una marca global, de nombre Al Qaeda, que funcionase como una franquicia. Nacido en el seno de una acomodada familia de El Cairo, se crió en un entorno culto, rodeado de diplomáticos, médicos y eruditos religiosos. Uno de sus abuelos ejerció de embajador egipcio en Arabia Saudí y contribuyó a la creación de la Universidad King Saud de Riad. Uno de sus tíos combatió contra las tropas británicas en Egipto y después participó en la fundación de la Liga Árabe. Su tío-abuelo fue Gran Imán de la mezquita de Al Azhar y supuesto discípulo de los sucesores de Muhamad ibn Abdel Wahab. En su época universitaria, Al Zawahri quedó prendado de las ensoñaciones de Sayed al Qutb y profundamente impactado por su ejecución. Algunos estudiosos apuntan a que la decisión del entonces presidente egipcio, Anwar Sadat, de despreciar a los Hermanos Musulmanes que le habían ayudado y de acercarse a Estados Unidos y firmar la paz con Israel, fue lo que decantó su vida. Sadat había manipulado a la cofradía. En el albor de su mandato cultivó su amistad y permitió su recuperación con el objetivo de desprenderse de la larga sombra de Naser, que lo atosigaba. Pero una vez que la guerra del Yom Kipur, en 1973, engalanó su figura, inició una campaña de acoso y restricción de las actividades de la sociedad que le costó la vida. Al Zawahri fue uno de los miles de islamistas que fueron arrestados horas más tarde del asesinato de Sadat, tiroteado en 1981 por uno de los Hermanos Musulmanes que servían en el Ejército. Tres años después salió de las tenebrosas cárceles del actual presidente egipcio, Hosni Mubarak, dispuesto a blandir la espada del islam. (...)
Azzam, Bin Laden y Al Zawahri coincidieron por primera vez en un pequeño apartamento situado en un barrio de clase media de la ciudad de Peshawar, conocido por vecinos y visitantes como «Maktab al-Jaidamat al-Muyahidin» (Oficina de Servicios de los Muyahidin). Desde sus austeras habitaciones, y con ayuda de los servicios secretos locales y extranjeros, el denominado «triunvirato del mal» tejió una complicada y opaca red yihadista destinada a combatir el comunismo y, en menor medida, la herejía chií. Sus principales socios fueron el Partido Islámico de Gulbbudin Hekmatyar y el Partido de la Unidad Islámica, fundado por Abu Sayyaf, ambos de ideología deobandi y wahabí y con estrechos lazos tribales con los clanes pastunes del norte de la provincia de Waziristán. Es imposible conocer el número exacto, pero se calcula que por esta oficina pasaron más de 25.000 combatientes extranjeros, algunos después tristemente célebres como el jordano Abu Musab al Zarqaui, pretendido líder de Al Qaeda en Irak. Pasaportes de Arabia Saudí, de los países del Pérsico, de la propia Jordania o de Egipto, Sudán, Somalia, Chechenía, Malasia, el Líbano, Siria, Palestina o el Magreb llenaron sus cajones. Desde allí partían hacia los distintos campos de entrenamiento para aprender las esencias de la lucha armada que, con el tiempo, algunos de ellos exportarían al norte de África, el sur de Europa y Estados Unidos.
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