Arena movediza en Sudán / Entre la unidad y la guerra
Pablo Sigismondi "Un jardín tiene muchas variedades de flores y de colores. Pero ellos (el gobierno de Jartum) quieren imponernos una sola flor, monocolor. El régimen integrista islámico busca establecer una sola religión, un solo dios; una única lengua, una única escritura; un gobierno donde solamente ellos decidan. Buscan islamizarnos, ‘sudanizarnos’, obligándonos a aceptar la Sharia (ley islámica) a todos”, comenta el cura católico Karlo Kaw, párroco de la Iglesia de María Madre de Dios, situada en la localidad de Kadugli, al sur de Sudán. “En el jardín todos los pájaros cantan la melodía, los puedes escuchar aquí mismo”, agrega el cura, originario de Rumbok, mientras bebemos té bajo la sombra de los árboles en el patio de la iglesia. Desde hace tres años, este hombre de piel renegrida dirige la parroquia que depende del obispado de la ciudad de El Obeid, 300 kilómetros al norte de aquí. Un par de horas más tarde, casi a medianoche, el calor agobia. Dentro de la habitación el ambiente resulta poco menos que irrespirable. Después de una jornada de sólo 45 grados, los techos de zinc convierten en hornos a las construcciones. Sin electricidad ni agua, mi única alternativa es imitar al resto de los huéspedes del “lokanda (hotel) Kordofan” y colocar el catre al aire libre, donde un cielo tachonado de estrellas será mi único techo. Lluvia en el desierto. Situada a 904 kilómetros al sudoeste de Jartum, la localidad de Kadugli es la capital de la provincia de Januf Kurdufan o Kordofan del Sur, una de las tres (junto a Kordofan del Norte y Kordofan del Oeste) que integran esta región de Sudán. Kordofan se sitúa en el centro del país. Tierra semidesértica, presenta hacia el sur suaves ondulaciones que, elevándose sobre las planicies circundantes, van aumentando de altura hasta convertirse en las Sierras de Nuba. Este relieve accidentado, que abarca unos 50 mil kilómetros cuadrados, permite un aumento de precipitaciones –en algunos sectores promedian los 700 milímetros anuales– y origina abundantes wadis o ríos temporarios durante la época de lluvias, de mayo a setiembre. Para mi sorpresa, después de atravesar enormes distancias donde los paisajes desérticos son la norma, grandes heskanit (bosques cubiertos de acacias y baobabs) pueblan las Sierras de Nuba, que culminan en el pico Ed Duair, de 1.387 metros de altura. “Ahora predomina el khamsin, viento cálido y seco proveniente de la península Arábiga. Pero, a medida que más calor haga, nos acercamos más a la temporada de las lluvias. En abril la temperatura trepa incluso por encima de los 50 grados y recién descenderá cuando comiencen a llegar los vientos del sudoeste, que traerán humedad y precipitaciones”, comenta el docente Ibrahim Mogamar, quien luego aclara: “Por eso podemos cultivar mijo y sorgo. En la época de lluvias todo luce verde y hay abundante pasto, alimento principal del ganado”. Pero la magnífica geografía de las Sierras de Nuba constituyen también un lugar de unión y de choque entre el Norte y el Sur de Sudán. Durante la guerra civil que asoló al país hasta 2004, el lugar fue escenario de los más cruentos combates, que sólo se detuvieron a partir de la firma de acuerdos de paz entre el gobierno y los grupos insurgentes del sur del país. De ahí la importancia primordial que reunía para mi poder visitar este lugar. Por eso, desde la ciudad de Jartum me dirigí primero hacia El Obeid, el núcleo urbano más importante de toda la región de Kordofan. Torre de Babel. Esta ciudad se levanta en las planicies que unen la región del Funj, al este, y Darfur, al oeste. Llamada “la capital de la goma arábiga”, desde aquí se exporta el 80 por ciento de la producción mundial de este producto. A medida que caminaba por el Souq es-Shabi (mercado central), mi acompañante Yousif me explicaba que “cada árbol de acacia senegal produce entre 10 y 15 kilos de goma al año, vendida en el mercado internacional a unos 2,5 dólares por kilo”. Un par de días más tarde continué mi viaje más hacia el sur, hasta llegar al poblado de Kadugli. Más de 1,5 millón de habitantes pueblan las Sierras de Nuba, un auténtico microcosmos único en Sudán, poblado por una gran variedad de etnias que hablan muy diversas lenguas. Las magníficas Sierras de Nuba son, asimismo, un sitio de encuentro de los cuatro puntos cardinales del país. Históricamente, sus tribus de sedentarios agricultores (cristianos y animistas) que siembran durah (sorgo) y fabrican merissa (cerveza) se enfrentan a los pastores nómades que llegan al lugar en búsqueda de su fértil tierra y que profesan el Islam. Durante el dominio colonial inglés, el gobierno local estaba en manos de los nativos. Los pragmáticos británicos obligaban, como contrapartida, a que los nativos sembraran algodón en sus tierras. Tras la independencia del país, ocurrida en 1956, comenzaron los choques. Comenta el padre Kaw: “En los ’70 el gobierno de Jartum intentó imponer su autoridad e islamizar el sur del país y Kordofan. Decían que buscaban erradicar la cultura sud (negra), olvidando que el nombre Sudán significa, justamente ‘la tierra de los negros’”. Con el propósito de lograr este cometido, el gobierno comenzó a armar a las milicias árabes, llamadas murahilin. Confiscaron propiedades y expulsaron a la población local. Como respuesta, Etiopía dio su apoyo a los pueblos del sur y permitió que en su territorio se formaran las milicias del Spla (siglas en inglés del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán)”. El sacerdote, que no oculta sus simpatías por el grupo rebelde, continúa explicando que “la guerra civil duró más de 20 años y, alternativamente, cada bando avanzaba o retrocedía según la época del año. Durante la estación seca, la caballería de los murahilin penetraba más al sur, quemaba aldeas y cosechas y tomaba a los niños como esclavos para ser vendidos en los mercados de El Obeid. Ellos eran apoyados por el gobierno integrista islámico que nos bombardeaba desde el aire de manera indiscriminada. Sin embargo, cuando las lluvias tornaban imposible el acceso por tierra y los caminos desaparecían bajo el agua cortando todas las vías de acceso, las milicias del Spla ganaban nuevamente posiciones y recuperaban territorios perdidos”. Fundamentalismo al poder. El profesor de Historia y militante del Spla Tombe Zain agrega: “En 1989 un golpe de Estado instauró un régimen fundamentalista islámico en el poder. A tal punto llegó su brutalidad, que declaró apóstatas a los propios musulmanes de Kordofan, a quienes tildaban de shirk (politeístas) porque no profesábamos su versión wahabista. El gobierno, bajo la sombra y guía del poderoso imán Hassan al Turabi, declaró la Yihad (guerra santa) contra toda la población del sur, incluidos todos los pueblos de las Sierras de Nuba. Bloquearon por completo nuestros accesos a tal punto que ni siquiera permitieron la llegada de ayuda de la ONU. El mundo nos ignoró; ningún ‘bombardeo humanitario’ nos acompañó. Un genocidio brutal exterminó de hambre, pestes y ataques a nuestro indefenso pueblo. Se estima que tal vez un millón de personas, la mitad de la población de aquel momento, murió”, dice con voz entrecortada Zain. Sin embargo las guerrillas se hicieron más fuertes y avanzaron hasta establecer, de facto, un gobierno paralelo en todo el sur de Sudán y demandando la secesión de aproximadamente la tercera parte de la superficie del país. La falta de accesos adecuados y la lejanía tornaron imposible mantener la autoridad del gobierno sudanés en toda esa porción de territorio. Viéndose perdido ante la indomable fuerza de las guerrillas, las autoridades de Jartum cambiaron de rumbo. Ya sin la presencia de Al Turabi, negociaron con el Spla y, finalmente el 31 de julio de 2004 firmaron un acuerdo. Se estableció un gobierno de Unidad Nacional y una fuerza multinacional de la ONU, conocida como Unmis (Misión de las Naciones Unidas en Sudán) comenzó a operar en las regiones en conflicto. Fue el comienzo de una precaria estabilidad.
Pablo Sigismondi "Un jardín tiene muchas variedades de flores y de colores. Pero ellos (el gobierno de Jartum) quieren imponernos una sola flor, monocolor. El régimen integrista islámico busca establecer una sola religión, un solo dios; una única lengua, una única escritura; un gobierno donde solamente ellos decidan. Buscan islamizarnos, ‘sudanizarnos’, obligándonos a aceptar la Sharia (ley islámica) a todos”, comenta el cura católico Karlo Kaw, párroco de la Iglesia de María Madre de Dios, situada en la localidad de Kadugli, al sur de Sudán. “En el jardín todos los pájaros cantan la melodía, los puedes escuchar aquí mismo”, agrega el cura, originario de Rumbok, mientras bebemos té bajo la sombra de los árboles en el patio de la iglesia. Desde hace tres años, este hombre de piel renegrida dirige la parroquia que depende del obispado de la ciudad de El Obeid, 300 kilómetros al norte de aquí. Un par de horas más tarde, casi a medianoche, el calor agobia. Dentro de la habitación el ambiente resulta poco menos que irrespirable. Después de una jornada de sólo 45 grados, los techos de zinc convierten en hornos a las construcciones. Sin electricidad ni agua, mi única alternativa es imitar al resto de los huéspedes del “lokanda (hotel) Kordofan” y colocar el catre al aire libre, donde un cielo tachonado de estrellas será mi único techo. Lluvia en el desierto. Situada a 904 kilómetros al sudoeste de Jartum, la localidad de Kadugli es la capital de la provincia de Januf Kurdufan o Kordofan del Sur, una de las tres (junto a Kordofan del Norte y Kordofan del Oeste) que integran esta región de Sudán. Kordofan se sitúa en el centro del país. Tierra semidesértica, presenta hacia el sur suaves ondulaciones que, elevándose sobre las planicies circundantes, van aumentando de altura hasta convertirse en las Sierras de Nuba. Este relieve accidentado, que abarca unos 50 mil kilómetros cuadrados, permite un aumento de precipitaciones –en algunos sectores promedian los 700 milímetros anuales– y origina abundantes wadis o ríos temporarios durante la época de lluvias, de mayo a setiembre. Para mi sorpresa, después de atravesar enormes distancias donde los paisajes desérticos son la norma, grandes heskanit (bosques cubiertos de acacias y baobabs) pueblan las Sierras de Nuba, que culminan en el pico Ed Duair, de 1.387 metros de altura. “Ahora predomina el khamsin, viento cálido y seco proveniente de la península Arábiga. Pero, a medida que más calor haga, nos acercamos más a la temporada de las lluvias. En abril la temperatura trepa incluso por encima de los 50 grados y recién descenderá cuando comiencen a llegar los vientos del sudoeste, que traerán humedad y precipitaciones”, comenta el docente Ibrahim Mogamar, quien luego aclara: “Por eso podemos cultivar mijo y sorgo. En la época de lluvias todo luce verde y hay abundante pasto, alimento principal del ganado”. Pero la magnífica geografía de las Sierras de Nuba constituyen también un lugar de unión y de choque entre el Norte y el Sur de Sudán. Durante la guerra civil que asoló al país hasta 2004, el lugar fue escenario de los más cruentos combates, que sólo se detuvieron a partir de la firma de acuerdos de paz entre el gobierno y los grupos insurgentes del sur del país. De ahí la importancia primordial que reunía para mi poder visitar este lugar. Por eso, desde la ciudad de Jartum me dirigí primero hacia El Obeid, el núcleo urbano más importante de toda la región de Kordofan. Torre de Babel. Esta ciudad se levanta en las planicies que unen la región del Funj, al este, y Darfur, al oeste. Llamada “la capital de la goma arábiga”, desde aquí se exporta el 80 por ciento de la producción mundial de este producto. A medida que caminaba por el Souq es-Shabi (mercado central), mi acompañante Yousif me explicaba que “cada árbol de acacia senegal produce entre 10 y 15 kilos de goma al año, vendida en el mercado internacional a unos 2,5 dólares por kilo”. Un par de días más tarde continué mi viaje más hacia el sur, hasta llegar al poblado de Kadugli. Más de 1,5 millón de habitantes pueblan las Sierras de Nuba, un auténtico microcosmos único en Sudán, poblado por una gran variedad de etnias que hablan muy diversas lenguas. Las magníficas Sierras de Nuba son, asimismo, un sitio de encuentro de los cuatro puntos cardinales del país. Históricamente, sus tribus de sedentarios agricultores (cristianos y animistas) que siembran durah (sorgo) y fabrican merissa (cerveza) se enfrentan a los pastores nómades que llegan al lugar en búsqueda de su fértil tierra y que profesan el Islam. Durante el dominio colonial inglés, el gobierno local estaba en manos de los nativos. Los pragmáticos británicos obligaban, como contrapartida, a que los nativos sembraran algodón en sus tierras. Tras la independencia del país, ocurrida en 1956, comenzaron los choques. Comenta el padre Kaw: “En los ’70 el gobierno de Jartum intentó imponer su autoridad e islamizar el sur del país y Kordofan. Decían que buscaban erradicar la cultura sud (negra), olvidando que el nombre Sudán significa, justamente ‘la tierra de los negros’”. Con el propósito de lograr este cometido, el gobierno comenzó a armar a las milicias árabes, llamadas murahilin. Confiscaron propiedades y expulsaron a la población local. Como respuesta, Etiopía dio su apoyo a los pueblos del sur y permitió que en su territorio se formaran las milicias del Spla (siglas en inglés del Ejército de Liberación del Pueblo de Sudán)”. El sacerdote, que no oculta sus simpatías por el grupo rebelde, continúa explicando que “la guerra civil duró más de 20 años y, alternativamente, cada bando avanzaba o retrocedía según la época del año. Durante la estación seca, la caballería de los murahilin penetraba más al sur, quemaba aldeas y cosechas y tomaba a los niños como esclavos para ser vendidos en los mercados de El Obeid. Ellos eran apoyados por el gobierno integrista islámico que nos bombardeaba desde el aire de manera indiscriminada. Sin embargo, cuando las lluvias tornaban imposible el acceso por tierra y los caminos desaparecían bajo el agua cortando todas las vías de acceso, las milicias del Spla ganaban nuevamente posiciones y recuperaban territorios perdidos”. Fundamentalismo al poder. El profesor de Historia y militante del Spla Tombe Zain agrega: “En 1989 un golpe de Estado instauró un régimen fundamentalista islámico en el poder. A tal punto llegó su brutalidad, que declaró apóstatas a los propios musulmanes de Kordofan, a quienes tildaban de shirk (politeístas) porque no profesábamos su versión wahabista. El gobierno, bajo la sombra y guía del poderoso imán Hassan al Turabi, declaró la Yihad (guerra santa) contra toda la población del sur, incluidos todos los pueblos de las Sierras de Nuba. Bloquearon por completo nuestros accesos a tal punto que ni siquiera permitieron la llegada de ayuda de la ONU. El mundo nos ignoró; ningún ‘bombardeo humanitario’ nos acompañó. Un genocidio brutal exterminó de hambre, pestes y ataques a nuestro indefenso pueblo. Se estima que tal vez un millón de personas, la mitad de la población de aquel momento, murió”, dice con voz entrecortada Zain. Sin embargo las guerrillas se hicieron más fuertes y avanzaron hasta establecer, de facto, un gobierno paralelo en todo el sur de Sudán y demandando la secesión de aproximadamente la tercera parte de la superficie del país. La falta de accesos adecuados y la lejanía tornaron imposible mantener la autoridad del gobierno sudanés en toda esa porción de territorio. Viéndose perdido ante la indomable fuerza de las guerrillas, las autoridades de Jartum cambiaron de rumbo. Ya sin la presencia de Al Turabi, negociaron con el Spla y, finalmente el 31 de julio de 2004 firmaron un acuerdo. Se estableció un gobierno de Unidad Nacional y una fuerza multinacional de la ONU, conocida como Unmis (Misión de las Naciones Unidas en Sudán) comenzó a operar en las regiones en conflicto. Fue el comienzo de una precaria estabilidad.
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