La cacería de Osama se ha convertido en la mayor y más costosa campaña emprendida por un gobierno para capturar a un solo hombre. Sumada al resultado de la cruzada militar en Irak y en Afganistán, es también el peor fracaso de Estados Unidos en política internacional, tanto así que Vietnam se ha reducido a una travesura en una casa de muñecas. El primer efecto de este desastre es que el presidente George W. Bush se encuentra hoy más acotado que nunca, y su aparato de inteligencia, utilizado con propósitos políticos (justificar la invasión de Irak), no tiene hoy calidad moral ni capacidad de convencimiento como para reunir recursos y emprender una acción masiva para capturar al terrorista. Bush invadió Afganistán para “sacarlo de su cueva y hacerlo pagar por sus crímenes”, según sus propias palabras de finales de octubre de 2001. ¿Cómo explicarle a los contribuyentes y a un Congreso adverso que el dinero gastado y las muertes provocadas en estos más de cinco años no sirvieron de nada, y que ahora sí se tiene certeza en dónde está el terrorista y que necesita que le presten un ejército y más presupuesto?Supongamos que Osama está en 36°14”45.03”N, 71°50”8.42”E. Si usamos mapas satelitales (o Google Earth) veremos que no es fácil ir por él. Tirich Mir es una cadena montañosa elevadísima con varios picos cubiertos todo el año de nieve. Los vehículos motorizados no suben, mucho menos los blindados. Estados Unidos ha peleado estos años guerras de desierto; sus soldados no son alpinistas ni espeleólogos. Se requeriría, forzosamente, una inversión extraordinaria y entrenamiento especial para que miles de hombres tiendan una red de miles de kilómetros que garantice que la aguja que buscan no se pierda en el pajar. Hablamos de una tarea titánica. ¿Alguien se imagina el costo que tendría para Estados Unidos si por alguna razón Osama no está allí (como no estuvieron las Armas de Destrucción Masiva en Irak)? O si burla el cerco, que seguro lo haría en esa región en la que la etnia pashtún le ha dado nacionalidad y lo protege.Volvamos a Tirich Mir. Si inclinamos el mapa, veremos que los pliegues montañosos además están cortados por complicadas fronteras. En el norte corre una franja de Afganistán, un brazo de montañas conocida como el Hindu Kush; y después está Tayikistán. Hacia abajo es Pakistán, y hacia el oeste, China. Cuatro países rodean la zona. ¿Se imaginan el esfuerzo para coordinar un cerco que debe incluir a esas cuatro naciones?Hace unos días, The New York Times publicaba un informe en el que decía que los Talibán han logrado el control de varias provincias. Mencionaba que Hilmand, al sur afgano, está en manos de insurgentes. Con un poco de lógica podríamos decir que Kandahar y Zabul, territorios que simpatizan con el mullá Omar –prófugo y en activo– también tendrán una mayor presencia de radicales, y no se diga Paktia, Paktika y Khost, provincias pegada a Pakistán, en donde está Tora Bora, base de Al Qaeda durante años. Si en esas regiones, que no ofrecen la protección de las montañas, la actividad rebelde ha crecido, ¿cómo debemos imaginar que estará el camino hacia Tirich Mir, en donde se esconden Osama y su pastel de cumpleaños? Porque hasta ahora, al imaginarnos la cacería, no hemos hablado de resistencia; asumimos que estará con un grupillo de guaruras. No suponemos que habrá combate. Pues si Afganistán no ha sido controlado cinco años después de la invasión, ahora quisiera que alguien me dijera cómo podrán Bush y sus estrategas convencer a los norteamericanos que de esta campaña sí saldrían victoriosos.Otro dato importante: Tirich Mir está en Pakistán. Sería meter a un tercer país en guerra. Y qué país. Recordemos que los paquistaníes son abiertos opositores de Estados Unidos –aunque su gobierno es colaboracionista– y que su territorio ha aportado, desde la resistencia (1979-1989) contra la extinta URSS, más milicianos para la causa yihadista que cualquier otro. Sería darle una patada al avispero. Tienen el mayor número de escuelas del Corán (madrasas) en el mundo: cerca de 40 mil, en las que, se calcula, viven y se educan unos 500 mil jóvenes estudiantes (talibs) que estarían dispuestos a entrar, como lo hicieron en el pasado, a defender su territorio y su causa.Una pregunta lógica es para qué enviar soldados de a pie, y por qué no un ataque aéreo. La respuesta es simple: Osama bin Laden no está parado en una piedra, esperando a que lo ubiquen. ¿Dispararle a qué? Ni modo de acabar con las montañas, o dejar caer bombas sobre los glaciares. En esta extensa región ni pueblos visibles hay, ni cuevas, ni instalaciones, como sucedía con Tora Bora, reducida a escombros por los aviones de Estados Unidos entre finales de 2001 y 2002. Sólo nieve y más nieve, piedras y ríos y bosques. En las faldas de las montañas hay pequeñas comunidades, sí, como Chitral. ¿Y eso qué? Allí no estará el terrorista, seguramente. ¿Dispararle a qué?Osama bin Laden cumple 50 años y tendrá mucho qué festejar. Los reveces de Washington en Irak y Afganistán serían motivos suficientes para apagar feliz sus velitas, pero no son los únicos. El mundo se le ha venido encima a Bush, su enemigo. Los frentes de batalla son cada vez mayores y el tiempo se le agota: justo ahora se ha visto obligado a dejar los mapas de Oriente Medio para hacer una gira por América Latina, en donde se ha reducido su influencia dramáticamente en pocos años. Afuera de su casa las cosas están de la patada, y no se diga adentro: su partido perdió la mayoría en el Congreso y los niveles de aceptación hacen ver su mandato casi insostenible.Seguro en la cueva en la que se esconde Osama habrá fiesta. También seguramente será muy discreta, porque este hombre sabe, como pocos en el planeta, que su exitosa resistencia se ha basado justamente en eso: en la discreción.
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