Escribe: Carlos Braverman*
La globalización, la mundialización y la posmodernidad, dieron lugar al protagonismo de múltiples colectivos, en la dinámica de las sociedades.
Tanto el concepto de ciudadanía, como el de identidades culturales, comenzaron a tener otra dimensión en las luchas por un una sociedad mejor.
Surgieron las denominadas “otras voces”.
La abundancia de actores como etnias, minorías diversas, conjuntos de género, las llamadas subculturas, migrantes económicos y otros, conforman un conjunto lábil y complejo que reclaman un merecido espacio en los escenarios nacionales. La gestión de los conflictos de la sociedad civil frente a los intereses estatales exige una geometría del poder que contemple la cooperación y la interdependencia, más que la coerción.
La coexistencia se define como la existencia de dos entidades o más, en forma simultánea.
Los partidos progresistas actualizados deben anotar en su agenda este item. En Israel tenemos todos estos colectivos, pero indudablemente por el peso de la cuestión nacional, la coexistencia es por excelencia, la coexistencia judeo-árabe o viceversa.
En función de estos fenómenos posnacionales, el teórico neomarxista Ernesto Laclau, señala que en las sociedades se dan múltiples tensiones y son para él sin límite, no tienen solución de continuidad.
Entiende que estos colectivos son sujetos políticos fundamentales y constituyen el motor de ellas, como así, junto a la “categoría” de clases sociales son parte indiscutible de la lucha social.
No imagina a estos, fuera de la estrategia para el cambio social.
Revisa así el pensamiento central de Marx, donde la lucha de clases es la contradicción por excelencia y a su vez, según su criterio, tiene una connotación determinista.
Aclara que las tensiones pueden ser “contradicciones”, “oposiciones reales” y “antagonismos”. A las dos primeras, las posiciona como tensiones objetivas (entre objetos conceptuales una y objetos reales, la otra) y a la tercera, como producto del fin de la objetividad. Donde el antagonista no es algo o alguien específico que complementa con su presencia nuestra identidad y para alcanzarla, debemos pujar con el otro.
Por el contrario, pensamos que con el otro, nuestra identidad es imposible y no se puede concretar.
Ésta es una hipótesis subjetiva que no favorece las solidaridades y alianzas para los cambios.
La pluralidad pasa a ser segmentación pura y contribuye a lo reaccionario.
Desde otra perspectiva de análisis, digo que no es lo mismo multiculturalismo que multiculturalidad.
Esta última es la presencia de multiplicidad y diversidad cultural en una sociedad y el primero invita a la diagramación política de la multiculuralidad, dándole una categoría explícita y pública, junto a un programa político para la sociedad.
Y de eso trata nuestra lucha por una mutua coexistencia en la sociedad israelí: que todas las pluralidades encuentren interrelación y contexto.
De esto hablamos con reciprocidad, de alcanzar un estatus claro donde el antagonismo no imponga su perspectiva, es decir, que uno impida al otro la existencia de su identidad. Esta tarea, es una larga lucha en el seno de la sociedad civil y en las estructuras estatales.
El debate societario hacia una constitución, permitiría profundizar estas contradicciones hasta encontrar un camino sustentable.
Porque de eso trata una constitución, de reflejar una realidad, de orientar por el beneficio del derecho su dinámica y generar con mecanismos de enmienda los re-acomodamientos necesarios para su actualización.
A nivel jurídico, existen algunas cuestiones sobre la Ley de Ciudadanía, relacionadas a la población árabe que deben ajustarse para mejor.
Por lo demás, la ley israelí garantiza a los ciudadanos árabes el derecho a expresarse públicamente y a participar en el proceso político.
Ciudadanos árabes han sido electos en cada Parlamento, desde el establecimiento del Estado de Israel. En la actualidad, los árabes constituyen el 10 por ciento del Parlamento, que consta de 120 miembros.
Pero, trabajar por nuestra coexistencia, es analizar el conflicto desde su perspectiva geopolítica, histórica, religiosa, legal, económica, humanitaria y de seguridad, para entender su complejidad y posibles evoluciones.
Es también conocerse mutuamente: ambos pueblos y culturas para entender las oportunidades de lo que representa la diversidad.
Es evaluar las propuestas de solución para la coexistencia y presentar distintas iniciativas ciudadanas que inspiren el activismo, para alejar las trabas no explícitas para ella.
Y debe ser mutuo, de hecho en partidos políticos diversos, como en la Asociación de Derechos Civiles y en institutos como el Israelí por la Democracia, o internacionales como el Centro Toledo por la Paz, hay convergencia de integrantes de ambos pueblos para atender estas cuestiones.
Pero no es suficiente.
Debemos interrelacionarnos más y estimo que judíos y árabes, tenemos que responsabilizarnos de esa iniciativa.
Con el antagonismo, ni la sociedad civil garantiza los logros jurídicos, ni los avances legales pueden a la inversa, promover la extinción de los conflictos en ella.
También la lucha social por el cambio, sufre graves perturbaciones y profundos retrasos.
No somos la única sociedad que vivimos este desdichado drama, pero hoy y aquí, nosotros debemos atenderlo.
Luchar por la coexistencia es legitimar en términos jurídicos y societarios, un pluralismo tajante.
La ilusión de la totalidad como unidad es ya bastante antigua.
Como dicen Diego Bermejo y Patxi López, en su libro Posmodernidad: ”…no debe confundirse totalidad con unidad, es posible la totalidad con pluralidad”.
Y a esto nos obliga la pluralidad, a conjugar las aspiraciones de todos los actores sociales y colectivos de la sociedad.
La coexistencia en la nuestra, es importante para enfrentar el conflicto geopolítico zonal.
Van a existir por fin, dos estados para dos pueblos, entiendo que el futuro Estado Palestino, no será étnicamente puro.
Tampoco lo es el Estado de Israel y habrá judíos como árabes, viviendo en uno y otro.
Otra hipótesis contraria, es dar lugar a teorías fundamentalistas.
Si me preguntan si es posible esta lucha, digo que sí.
Imposible es la palabra de los derrotados antes de tiempo.
Nosotros tenemos otro credo, el que entiende que otro mundo es posible.
El de los que nunca vamos a caminar con el horizonte a nuestras espaldas, pues siempre estará por delante nuestro, siendo éste de extensión y amplitud generosa.
Con nuestras convicciones lo veremos diáfano y claro, considerando en todo momento que para otro mundo son necesarios otros caminos.
Los actuales, estoy seguro que no.
*Carlos Braverman ( Versión en español)
Politólogo y Psicólogo, miembro de la Asociación de Derechos Civiles de Israel. Activista por una coexistencia judeo-arabe mutuamente justa y el altermundialismo. Miembro del Partido Meretz (Partido Socialista de Israel - Haifa).
Presidente del Instituto Campos Abiertos.
Another World is Possible para Mirador Nacional
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