Ya que el menú diario de la comida oriental es y siempre ha sido sencillo, necesitamos decir algo acerca de aquellas ocasiones especiales cuando una mejor y costosa comida se tiene que servir. La Escritura abunda en relatos de estas ocasiones formales, tales como casamientos, cumpleaños, y otras ocasiones cuando huéspedes distinguidos son invitados y se sirve una comida magnífica.
En algunas partes de Oriente la costumbre de invitaciones dobles a un agasajo se ha observado, algún tiempo antes de verificar la fiesta, se envía una invitación; y luego, cuando se acerca la fecha, se envía un sirviente, esta vez para anunciar que todo está listo. Hay algunos ejemplos de esta costumbre en la Biblia. El rey Asuero y Amán fueron invitados por Esther a una fiesta, y cuando todo estuvo preparado los chambelanes del rey fueron a traer a Amán (Esther 5:8; 6:14). Otro ejemplo tenemos en la parábola del casamiento del hijo del rey: "El reino de los cielos es semejante a un hombre rey, que hizo bodas para su hijo, y envió sus siervos para que llamasen a los llamados a las bodas" (Mat. 22:2, 3) También parábola de la gran cena tiene esta doble invitación: "Un hombre hizo una grande cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que está todo preparado" (Luc. 14:16, 17).
Las palabras de Cristo, deben entenderse desde un punto vista oriental, cuando se refiere a la parábola: "Y dijo el señor a su siervo: Ve por los caminos y por los vallados y fuérzalos a entrar para que se llene mi casa" (Luc. 14:23). Una breve y concisa invitación estilo americana y la pronta aceptación de ella se consideraría en Oriente, como poco digna. En Oriente el invitado no debe aceptar de inmediato, sino que se espera de él que rechace la invitación. Deben urgirle a que acepte, aunque él desde el principio haya pensado aceptar, debe conceder a la persona que lo invita privilegio de que "le compela a aceptar". Fue así seguramente Lidia como debe haber hecho, y Pablo y sus compañeros deben haber aceptado la invitación de su hospitalidad. "Si habéis juzgado que yo sea fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad: y constriñónos” (Hech. 16:15).
Cuando uno de los fariseos invitó a Jesús a su casa a comer, el Salvador no aceptó de inmediato la invitación, aunque finalmente fue: "Y le rogó uno de los fariseos, que comiese con él" (Luc. 7:36).
Todo esto era guardar las costumbres orientales.
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